“…Te amo,/quisiera no acordarme de la patria,/dejar a un lado todo aquello. Pero/no podemos insolidariamente/vivir sin más, amarnos, donde un día/murieron tantos justos, tantos pobres./Aun a pesar de nuestro amor, recuerda”. Estos versos que Carlos Sahagún escribió en los años cincuenta resumen (milagrosamente, dadas las diferentes coordenadas tempo-culturales) el núcleo dramático de “Lo esencial es invisible a los ojos”, la obra escrita y dirigida por Jota Linares que se representa los sábados y los domingos en Nave 73. “Lo esencial…” es, primero de todo, una valentía, pues su escritura y puesta en escena significan una apuesta decidida por el drama de nueva escritura. En sala, resulta un montaje perfectible, pero desde luego intenso, y emocionante como trazado del ciclo vital de los amores.
En una carretera secundaria, Santi espera el coche que le lleve al sur y Celia busca la manera de llegar al norte. Así, mientras buscan cada uno su propia escapatoria, encuentran una salida conjunta: enamorarse. Comienza entonces la descripción de un amor irrefrenado que es, a la vez y El Principito de por medio, una domesticación mutua. Pero empieza también, a través de inteligentes y contrapuntísticas transiciones sonoras, el relato de un bombardeo, el detallamiento de todos y cada uno de los proyectiles que una cotidianeidad feroz lanza sobre el planeta exclusivo que habitan Celia y Santi. Hasta destruirlo, que así de cruda es la historia. En un momento álgido del drama, en la explosión que uno de esos misiles de odio causa en la vida de Santi, la balanza se inclina definitivamente del lado de los ideales. Casi veo a Santi recitándole a Celia los versos de Sahagún…
Edu Ferrés acierta en el registro apocado de su personaje, al principio un escritor inseguro que se fortalece al contacto con el amor y la desgracia. Pero es Reme Gómez la que destaca con su Celia y le da carne de mujer que se olvida de sí, se entrega al amor y queda, por lo tanto, más rota que rota cuando el sueño de futuro se desvanece porque su amor opta por combatir un presente que, desde luego, merece ser combatido. Un fuego un poco más bajo en la fragua de los personajes y su relación le habría dado mayor calado a un montaje conmovedor, que tiene su mayor fortaleza en la desesperanza y el espíritu crítico. La balanza de la vida, no hay más remedio, se inclina y casi nunca hacia el lado que menos duele.