Apalabrados

Me harto a jugar al "Apalabrados" por ver si mejora mi léxico, tan parco; me esfuerzo en combinar las letras en busca de esa palabra extraña, desconocida para la mayoría, con la que quedar como erudito ante el contrincante y ante mí mismo. Echo humo por los pelos de tanto que me devano por satisfacer mi lujuria lingüística.

Y cuando sale ese vocablo mágico, ese concepto insólito, casi ignoto, que infla mi ego literario, pego botes, se me sonroja el cuello y el corazón bota en su jaula de huesos. La coloco en el tablero virtual con cuidado de no equivocarme y disfruto con los buenos puntos que me otorga Apple. ¡Qué bonito ese puntito rojo con una cifra que supera los 60 puntos! Qué satisfacción me embarga. Me repantigo en el sofá y prendo un cigarrillo, orgulloso.

Al instante el Ipad me avisa de que ha llegado algo. Es la respuesta de mi (supongo yo, anonadado y transpuesto) rival. En efecto, el otro acaba de jugar. A ver con qué mierdecilla de perdigones responde a mi andanada nuclear. Bah, sólo ha puesto tres letras, ignorante. Esto… una de ellas es una Zeta… y la ha puesto en una casilla verde… y la tercera letra cae en una casilla roja… ¡Hostias! Ha hecho el doble de puntos que yo con una palabra de mierda. Y encima me manda un chat: “Je je”, me dice.

Y me siento igual que cuando veo a estos políticos de mierda, ignorantes, ineptos, que se aprovechan del esfuerzo de los otros para vivir como los marajás de los cuentos antiguos, y no puedes hacer nada más que pensar: Yo soy gilipollas.
 

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