Audacia, no llanto (Crítica de «Tres sombreros de copa»)

CRÍTICA: Diciembre en la Sala Nave 73

Los integrantes de 300 Pistolas sí han ensayado y, desde luego, sí que saben trabajar. El trabajo brillante de todos convierte esa oportunidad en oro.

Si es verdad lo que se cuenta, Miguel Mihura acabó cogiéndole tirria a "Tres sombreros de copa". Era su primera comedia, se la estrenaron veinte años después de escribirla y aunque gustó mucho a los gafapasta de la época, se estampanó contra la incomprensión del público corriente. Supongo que es lo contrario de lo que puede sucederle ahora: la compañía 300 Pistolas estrenó el pasado 7 de diciembre, en la Sala Nave 73, una versión magnífica, que merece amplia audiencia y larga vida. Si me pusiese en plan espiritista, podría decir que a Mihura le maravillaría ver el homenaje que unos jóvenes audaces le han rendido con su propio y malquerido texto. Lamentablemente, no creo en los espíritus (mucho menos me los imagino recibiendo homenajes) ni conocí a Mihura lo suficiente como para saber si el montaje le encantaría. Por eso, lo único que puedo decir es que los ‘pistoleros’ rinden un homenaje a todo aquel que les ve. Tal es su fama y tal es su grandeza.

Álvaro Morte ha impreso una genuina personalidad en la compañía que dirige: osadía e inteligencia hacen dupla para imperar en sus aproximaciones a lo clásico. Hablo de oídas en el caso de "El perro del hortelano", que les siguen aclamando y reclamando, como se le pide a un cantante uno de sus himnos. Lo he visto con mis propios ojos en "Tres sombreros de copa", un texto brillante y seminal que, en sus manos, adquiere nuevas fortaleza y vigor. Es decir, rejuvenece. Morte ha transitado incansablemente las acequias de lo mihuresco; por eso conoce las teclas y por eso las toca: una comedia nada superficial sobre la rutina y la alegría, sobre la convención y la diversión, sobre la libertad o el aburrimiento mortal… sigue siendo todo eso. ¿Cuál es el aporte, entonces? Lograr que "Tres sombreros de copa" nos toque no por melancolía o por costumbre (esto es de Mihura y tiene que ser bueno así que nos tiene que gustar) sino por actualidad y criterio libre (qué bueno es esto, sea de quien sea).

Adelita Santander, Rodolfo Buchelli y Lulú Rivers son mucho más que un mecanismo metateatral. La ‘Gran Compañía Itinerante de Variedades Internacionales’ de la que forman parte es, sí, un juego, pero también una promesa y una solución. Una promesa porque, mermados de efectivos, se arrancan a representar la historia de Dionisio y Paula que escribiera Mihura. No han ensayado, no tienen escenografía ni vestuario, pero hay gente en la platea y prefieren trabajar que llorar. Una solución porque Morte, Sara Gómez, Esteban Jiménez, Anna Hastings y Carlos de Austria, los integrantes de 300 Pistolas, tampoco andan sobrados de recursos, pero sí han ensayado y, desde luego, sí que saben trabajar. La ‘Gran Compañía Itinerante…’ es un recurso genial, una caricia de Midas que torna la limitación en oportunidad. El trabajo brillante de todos convierte esa oportunidad en oro.

Sara Gómez es Adelita y es Paula, y a las dos les da tono de entusiasmo y de ingenuidad con su voz peculiarísima, su expresividad luminosa. Carlos de Austria y Anna Hastings son varios personajes y si uno llama a la risa a través del hieratismo, la otra invoca la carcajada con su comicidad expansiva y multifacética. Esteban Jiménez (Buby y Don Rosario) es seguridad escénica y rotundidad humorística. Álvaro Morte (versionador, director y también actor) borda al Dionisio que se harta por amor de los convencionalismos. Todos son disciplinados peones en el potentísimo edificio de movimiento pensado por Fredeswinda Gijón y musicado con acierto por José Villalobos. Todos son malabar puro, manejándose en el cuidadamente descuidado vestuario de Blanca Clemente. Todos son audacia y creación, no llanto.

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