A raíz de los meteoritos estos que amenazan la Tierra, como una divina Espada de Damocles me ha dado por pensar en el Espacio. A quién no le maravilla ese inmenso océano de oscuridad salpicado de espumilla de estrellas. Pues está lleno de mierda.
El grandísimo escritor polaco Stanislav Lem tenía un relato en el que un viajante interestelar denunciaba, en una carta, el penoso estado de degradación en el que se estaba sumiendo el Espacio. Todo debido a la guarrería e insolidaridad humana, que va dejando sus defecciones allí por donde pasa. El relato tiene mucha coña y os lo recomiendo, no sé si está en "Memorias encontradas en una bañera" o en "Diarios de las estrellas". Lo buscáis. Si queréis.
Esto fue escrito a principios de los sesenta. Ahora, en pleno siglo XXI, cincuenta años más tarde, esta coña del vacilón Stanislav es una puta realidad. Parece ser que hay tanta mierda flotando alrededor de la Tierra, como en el césped del Calderón después de un concierto de Cold Play.
Y es que no tenemos remedio. Consumimos mierda, procesamos mierda, eliminamos mierda y la dejamos desparramada por ahí para que nuestro entorno también sea una mierda. Lo hacemos con la prepotencia del que piensa que a él la mierda no le va a salpicar nunca, que siempre tendrá su pequeño rinconcito limpito y bienoliente. Eso hace que también, como mecanismo automático, echemos nuestra mierda sobre los demás, antes de asumirla como propia. Pero me desvío del tema, estoy hablando de otra mierda, de la tangible, la basura, los desechos, la que se arroja al vertedero y se recicla.
Qué más da que nos den cubos y bolsas de colores diferentes para separar unas basuras de otras, si ellos, los que mandan, se dedican a enguarrinar allí donde nosotros no alcanzamos. Quizá porque saben que este planeta ya está perdido y nos entretienen cuidándolo, para que nos dure, al menos, el tiempo que ellos necesitan para encontrar un acomodo a nuestras generaciones futuras fuera de él, acaso fuera del Sistema Solar. Fuera de la Galaxia, tal vez.
Y, por ello, ya están ensuciando el espacio, para que no extrañemos la mierda cuando salgamos fuera de nuestra atmósfera madre, en la que nos sentimos tan seguros y a gustito.
Mi menda vive en el convencimiento de que así ha de ser. Que un día, el Planeta Azul, tercero del Sistema Solar, será inhabitable, habremos de coger los bártulos y buscarnos la vida allí donde el entorno sea favorable a nuestro endeble organismo. Colonizaremos algún planeta virgen y allí depositaremos nuestras nalgas y defecaremos. Hasta llenarlo de mierda, como hicimos con éste.
Dejar por ahí desperdicios es un ejercicio de superioridad insolente hacia la Madre Naturaleza. Que calla y aguanta, sabedora de su superioridad con nosotros. Su venganza viene sola. Ni Ella misma podría evitarla aunque quisiera. Ella sabe algo que los humanos ignoramos. Y es que nosotros somos la auténtica basura cósmica.