Llevo sólo dos días en Barcelona, donde el 29 de Septiembre estrenaremos por fin "Los Miserables", tiempo suficiente para darme cuenta de que aquí, a pesar de la sensación que se tenga desde fuera de Cataluña por las informaciones que presentan determinados medios de comunicación, no se respira ningún clima de confrontación entre catalano parlantes y castellano parlantes. La razón es bien sencilla: en Cataluña, cada cual habla lo que le viene en gana, o mejor dicho, la sociedad catalana es perfectamente bilingüe.
En mi opinión la controversia que ha generado en los medios de comunicación y entre la clase política el fallo del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) respecto a la lengua vehicular en la enseñanza en la escuela pública catalana es, siempre desde mi modesto punto de vista (perdón por mi insistencia) desmedida. El sentido de dicho fallo debería entenderse como lógico en un país democrático pues responde al derecho que los padres tienen a la hora de elegir la lengua en la que quieren que se eduque a sus hijos, habida cuenta de que el Castellano (o Español, tanto da) también es lengua oficial en Cataluña, y, puesto que el fallo del TSJC no niega la condición del Catalán como lengua vehicular en la enseñanza sino que lo que hace es incluir en esta condición al Castellano, no veo cuál es el problema, siempre y cuando existiera tal problema, pues lo cierto es que nadie en Catalunya (o Cataluña, tanto da) se queja del actual sistema educativo exceptuando un pequeño grupo de padres que rozan la treintena (de cantidad, no de edad, aunque algún treintañero habrá entre éstos). Un apunte, la conocida inmersión lingüística, norma que data del año 1.983, por la se convierte al Catalán en lengua vehicular en la escuela pública catalana, es absolutamente constitucional.
Llegados a este punto la cuestión sería:
¿Debe modificarse el actual sistema educativo catalán a pesar del más que demostrado éxito en materia lingüística si observamos las cotas de bilingüismo alcanzadas en la sociedad catalana? Yo prefería que no se tocara nada, pero, a la vez, comprendo el derecho de los padres demandantes. Otra cosa es saber si esos padres han pensado bien en qué puede perjudicar a sus hijos la inmersión lingüística, si se les da totales garantías desde la administración de que sus hijos van a poder expresarse correctamente tanto en Catalán como en Castellano.
Luego, como decía más arriba, creo en el derecho de los padres que quieren que sus hijos estudien en Castellano pero a la vez yo, de ser ellos, dejaría las cosas tal y como están. Y no por ese motivo que apuntan los nacionalista sobre la igualdad de posibilidades (bla, bla, bla…) sino por la riqueza cultural que supone para una persona ser bilingüe. En definitiva, ellos van a poder seguir comunicándose con sus hijos en Castellano y por otra parte, el argumento tan repetido de quienes no conocen la realidad Catalana, de que no se les permite a los niños hablar en Castellano en las escuelas (bla, bla, bla…) es absolutamente falso. Pero me temo que ante la postura inmobilista de estos desairados padres que temen que sus hijos aprendan el Catalán al mismo nivel que el Castellano y la posición de enroque del gobierno catalán, amenazando con desobedecer el mandato judicial del TSJC, cosa increíble cuando quien lo dice es un gobierno democrático, en el que se le insta a aplicar en un plazo no inferior de dos meses, la resolución que equipara a las dos lenguas en la enseñanza pública, la cosa podría ponerse fea (no mucho, que nadie se preocupe).
Ante tal peligro yo propondría, como dice Arcadi Espada en su blog, que se repartan las horas lectivas a partes iguales entre las dos lenguas, cosa que a buen seguro también garantizaría el bilingüismo y a la vez sería respetuoso con todas las sensibilidades, nadie podría quejarse y sería una solución absolutamente democrática, pero me temo que esto, que a mí me parece de una lógica aplastante, no contentaría ni a unos ni a otros, ya que en el fondo, no se trata de un debate sobre lo que es más conveniente para los chavales y en general para la sociedad, sino que en realidad estamos ante un debate identitario, es decir, por una parte los partidos nacionalistas CIU, ERC y PSC (estos últimos actúan como si fueran un partido nacionalista y así les va) querrían aniquilar cualquier vestigio de españolidad en su idílico país, construido a base de mitos, muchos de estos infundados y por otro lado los partidos que están en contra de todo lo que no huela a su concepto monolítico de España, como el PP y algunos defensores de una España libre de comunidades autónomas, nostálgicos de tiempos pasados (que los hay, y muchos) querrían volver a la época en la que el catalán era una lengua que se hablaba exclusivamente en el ámbito familiar y privado, fuera de las instituciones y de los organismos públicos. Los mitos de unos, los mitos de otros…
Pero a mí hay algo que me llama la atención por encima de todo ¿Por qué cada vez que se acercan unas elecciones se atiza la confrontación entre españoles y catalanes (que también son españoles)?
Las lenguas, cualquiera de ellas, deberían ser un vehículo de comunicación entre seres humanos y sin embargo en España, no dejan de ser un motivo de confrontación eterna. En lugar de valorar la inmensa riqueza cultural que supone para España la coexistencia de tantas lenguas dentro de su territorio, los Españoles, seguimos enfrascados en eternas discusiones por motivos lingüísticos y con constantes y frecuentes faltas de respeto entre nosotros. Y qué casualidad, que estos choques, incómodos para los que como yo, catalán y español, perfectamente bilingüe, que vive fuera de Cataluña, se produzcan, como decía, en periodos previos a elecciones.
Yo estoy seguro de que si desde las escuelas se fomentara el respeto a nuestro propio patrimonio cultural, empezando por explicar bien, en toda España, que el Catalán es una más de las LENGUAS del estado español y no un dialecto como os puedo asegurar que muchos chavales fuera de Catalunya creen, y, desde Catalunya se aceptara de una vez, desde la óptica nacionalista, claro está, que el Castellano también es la lengua propia de Cataluña, todos estos problemas no tendrían lugar.
Así pues, CIU y PP, los dos principales beneficiarios de tal polémica en cuestión de rédito electoral, siempre enfrentados por motivos identitarios (sólo de cara a la galería, pues están acostumbrados a apoyarse en los momentos decisivos) si quisieran y pensaran menos en el pastel a repartir podrían acabar con tal controversia si, de una vez por todas, dejaran de animar a sus respectivos hooligans.
Pero fijaos que yo me atrevo a pronosticar algo:
Una vez pasadas las elecciones y si como es previsible éstas las gana el PP, este debate se va a ir diluyendo, quedando poco a poco en el olvido hasta que haya una nueva cita electoral. Ayer al oír hablar a Rajoy y escuchar su último intento de acercamiento a CIU lo vi claro. El PP, atizador de estos fuegos, tan aficionado a los recursos ante el Constitucional, sabedor que el anticatalanismo le suele aportar un buen número de votos, sabe que necesitará a CIU, si no obtiene su tan ansiada mayoría absoluta en los próximos comicios y por ello los nacionalistas acabarán, como siempre, imponiendo sus intereses. Prueba de la necesidad entre estos dos partidos es ver como CIU se apoya, en el parlament de Catalunya, en el PP, causando este hecho vergüenza ajena a aquellos que, como yo, recuerdan a un desairado señor Mas, actual presidente de la Generalitat cuando aún no lo era, ante un notario, unos años atrás, firmando un documento por el que se comprometía a no pactar con el PP en el futuro a causa del recurso de inconstitucionalidad del estatut (aprobado ampliamente por los catalanes en referendum) presentado por los populares al constitucional. Y es que se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo.
Por todo esto creo que el ruido de sables pasará después de las elecciones, pero el daño de tanta polémica quedará flotando.
¿Y a quién perjudica de verdad esta situación? Pues a los de siempre, es decir, a nosotros, a la sociedad en su conjunto.
Yo particularmente, os puedo asegurar que contribuyo más a la diversidad cultural de este país que cualquiera de estos atizadores de fuegos o animadores de hooligans, pues a mis hijos, nacidos y residentes ambos en Sevilla, les hablo siempre en Catalán, y, a la vez, les trato de inculcar el respeto que cualquier idioma merece, sea cual sea y venga de donde venga, lo hablen trescientos millones de personas o lo hablen sólo mil. Respetar la lengua y las costumbres de los demás es propio de mujeres y hombres civilizados. Sin ese respeto, somos bestias. Sólo bestias.
Salud amigos.