Crítica de «Cabaret»

CRÍTICAS: Desde el 1 de octubre, en el Teatro Rialto

Lujoso, original y valiente. Así es el nuevo "Cabaret" protagonizado por Cristina Castaño, Edu Soto y Daniel Muriel en el Teatro Rialto.

Crítica de Cabaret.
Teatro Rialto. Madrid.

De Joe Masteroff, John Kander y Fred Ebb.
Reparto: Cristina Castaño, Edu Soto, Daniel Muriel, Marta Ribera, Víctor Díaz, Enrique R. del Portal.
Dirección: Jaime Azpilicueta. Dirección musical: Raúl Patiño.
Producción: Som Produce.
En el Teatro Rialto de Madrid.

 

Los últimos días de la felicidad

Lujoso, original y valiente. Esos son los tres primeros conceptos que se me vienen a la mente después de ver “Cabaret”. El nuevo ‘huésped’ de la Gran Vía, una nueva versión del gran clásico del género musical, presenta una producción exquisita y un planteamiento lo suficientemente propio como para resultar reconocible sin resultar ya visto. Muy pocos en la sala, estoy seguro, renunciaron ayer a trazar paralelismos entre lo que estaban viendo y lo que ya habían visto. Era una circunstancia inevitable, pero precisamente por eso tiene más mérito aún el esfuerzo de Jaime Azpilicueta por levantar un musical dueño de sí mismo, y no de las sombras comparativas que se arrojen sobre él; un montaje intenso y fascinante, en el que se lee con pleno acierto la carne dramática que hay bajo la fastuosidad sensual del mundo del Kit Kat Klub. Porque “Cabaret” tiene esqueleto de tragedia. Y narra los últimos días de la felicidad.

Efectivamente, de “la” felicidad. El Berlín de 1931 al que llega Cliff Bradshaw, el novelista estadounidense, es la ciudad en la que se está acabando un mundo. La Gran Depresión ya había zanjado repentinamente el frenesí, feliz o histérico, de los años veinte. El nazismo alboreante vendría con más iniquidad a acabar hasta con lo que suele sobrevivir a las tragedias: el ímpetu humano por vivir. Por eso hay tanto de reducto en el cabaret en el que comienza el amor de Bradshaw y Sally Bowles: la transgresión, la libertad y los muslos, el escondite para quienes vieron venir la marea parda, para los que no la vieron hasta que ya era demasiado tarde e incluso para los que la trajeron, brazo en alto, la violencia a punto. La manera en la que Jaime Azpilicueta ha jugado con esos contrastes extremos en varias escenas absolutamente redondas, cómo ha reconstruido la infiltración del horror en la normalidad, el modo en que su “Cabaret” aparece como crónica vibrante de un tiempo más y más salvaje. Ahí está, para mí, la grandeza principal de esta versión que es coherente consigo misma y rompe incluso algunas de las normas del género al que pertenece. Tienen que verlo para saber cuáles.

Otra grandeza es su reparto. No sé si había alguna boca que callar, pero el trabajo de Cristina Castaño y Daniel Muriel es impecable. Ella, Sally Bowles pelirroja, da vida a un personaje incapaz de escapar de la frivolidad, pero capaz de vibrar con la ilusión del amor, de pensar en un futuro mejor, de darse completamente. Cristina Castaño ha sabido viajar en la personalidad de sierra de su personaje y le ha dado matices irónicos e inteligentes que la ponen bajo una nueva luz. La actriz tiene, además, voz suficiente y nítida para darle buena textura a las canciones clásicas del musical: “Willkommen”, “Cabaret”, “Money, money”Daniel Muriel, por su parte, canta poco. Pero no le hace falta. Actor en el pleno sentido de la palabra bueno, ha comprendido que Bradshaw es el gozne de “Cabaret”: primero, la bisagra entre el mundo americano y el europeo; más tarde, la divisoria entre la previsión del horror y la más absoluta inconsciencia de casi todos. Llena su personaje de calidez, de humanidad y de una rabia puntual esclarecedora.

La lectura profunda de lo que hay en el texto adelanta unos metros las pequeñas tragedias, porque no son otra cosa, de los personajes secundarios. La señora Schneider que interpreta la siempre excelente Marta Ribera, el Ernst al que Víctor Díaz da vida y voz potente como heraldo del futuro negro o Enrique R. del Portal, cuyo canto y fraseo son todo elegancia y que hace con Schultz, el frutero judío, una composición preciosa de ilusión vital e ingenuidad de pre-muerto. El cuerpo de baile y la música dirigida por Raúl Patiño no desmerecen ni la calidad de la propuesta ni la excelencia de un apartado técnico que, aprovechando la profunda renovación que se ha acometido en el teatro, exprime al máximo las capacidades del Rialto y terminan de integrar la experiencia.

Hay párrafo aparte para Eduardo Soto, cuyo Emcee supone una reformulación del prototipo. El maestro de ceremonias del Kit Kat Klub, el verdadero hilo conductor del espectáculo, ha solido ser una simbiosis de lo sensual y lo canalla, un ‘maromo’ de respeto y malicioso jugueteo. El personaje que ha creado él no prescinde de esos elementos, pero los subsume en un aire de clown que va mucho más allá de la mera caracterización para penetrar en los giros de su voz y en su gestualidad. Una composición notable y peculiar, pero sobre todo coherente con el propósito dramático de este “Cabaret” que no se propone como ejercicio de escapismo, que no oculta su texto en beneficio del show, que no engaña sobre el tiempo que cuenta y que adquiere así una originalidad limpia, una profunda capacidad de emocionar y una plenitud de espectáculo grande.

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