Crítica de «Dignidad»

CRÍTICA: Hasta el 26 de abril, en los Teatros del Canal

Ignasi Vidal y Danie Muriel protagonizan un notable thriller político.
“Dignidad” es una función notable en la que Ignasi Vidal y Daniel Muriel realizan dos interpretaciones destacadas.

“Dignidad”, de Ignasi Vidal. Dirección: Juan José Afonso.
Reparto: Daniel Muriel e Ignasi Vidal.
En la Sala Negra de los Teatros del Canal. Madrid.

¿La conciencia ha muerto en el castillo de naipes?

La única manera de salvar la democracia es destriparla, exponerla del modo más crudo en su suciedad y sus aristas. A partir de ahí, empezar a reconstruir. Esta aproximación, tan sutil como la de un cirujano medieval a la enfermedad, es la que parece haber adoptado Ignasi Vidal en “Dignidad”. Una radiografía teatral de la corrupción, una batalla moral sin demonios ni santones, una reflexión sobre la democracia, un thriller político con giros y con degollina (aunque no sea con cuchillos). Todo eso es “Dignidad”, una función notable que Juan José Afonso dirige con visible posicionamiento en el debate y con economía cinematográfica en los movimientos y los trasluces. La protagonizan el propio Ignasi Vidal y Daniel Muriel, con dos interpretaciones ricas en detalle, dinámicas y destacadas. Ambos se mueven por la Sala Negra de los Teatros del Canal con la soltura cínica de quienes creen haber enterrado la conciencia y la estupefacción sonrojante de quienes descubren que eso no es tan fácil.

Esos dos vértices, la amoralidad y el sonrojo, están perfectamente condensados en el personaje que interpreta Ignasi Vidal. Secretario de Organización del partido que parece a punto de ganar las elecciones, ha perdido a su familia y ha castigado su hígado mientras le dedicaba al partido todas sus energías y empleaba sus mejores esfuerzos en ajustarse el traje de un cargo que, se haga lo que se haga, tiene hechuras de orwelliano Gran Hermano. Vidal, que conoce al personaje y no sólo porque lo ha escrito, compone a la perfección su ceguera ambiciosa y sus recovecos putrefactos. Gracias a eso, el contraste con el otro personaje es aún mayor. Cabeza visible del partido, ha conseguido que en él se cifren las ilusiones del cambio, la esperanza de una regeneración. Y sin embargo, está cansado. Lo suficientemente lúcido, o ingenuo, como para que los intereses del partido no hayan dado fin con su inicial propósito noble, está dispuesto a irse en un arranque casi de cátaro. Daniel Muriel ha interiorizado las maneras políticas y dota de verosimilitud a un personaje difícil, en el que está más cómodo cuando la batalla ha estallado y la humanidad se le filtra por las costuras politiqueras.

Resulta complicado ir más allá en la descripción de la trama sin estropear alguno de los variados e inteligentes resortes que Vidal ha insertado en su texto. “Dignidad” es una obra bien armada, medida en los diálogos y de estructura impecable. Aunque es demasiado explicativa en algunos pasajes de su comienzo, el crescendo se construye fluida e intensamente. A la hora de contarla, y sólo hace falta ver el párrafo anterior, tendemos a olvidar algo en lo que Ignasi Vidal ha insistido mucho: que “Dignidad” era también, y sobre todo, una indagación de las mutaciones que el poder provoca en la amistad. Los dos personajes son políticos y en la política está su conflicto, pero son también amigos y es precisamente la observación de lo que muchos años de batalla por el poder ha provocado en sus vínculos personales lo que lanza la reflexión trascendental de la obra, que para cambiar las cosas, tenemos que cambiar primero nosotros.

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