Crítica de «Edipo Rey»

CRÍTICAS: Hasta el 21 de junio, en el Teatro de la Abadía

“Edipo Rey”, de Sófocles. Versión y dirección: Alfredo Sanzol.
Reparto: Juan Antonio Lumbreras, Natalia Hernández, Paco Déniz, Eva Trancón, Elena González.
Producción: Teatro de la Ciudad. En el Teatro de la Abadía

La revolución de la verdad

Resuena la madera, se mueven los manteles, vibran los cuencos y se caen las copas. Nadie lo hubiera dicho antes de ver el “Edipo Rey” de Alfredo Sanzol, pero ese caos de banquete puede ser la coreografía de una tragedia griega. El drama eterno creado por Sófocles, en la geografía limitada de una mesa puesta o sin quitar. Así logra Sanzol, de primeras, una sorpresa escénica, pero lo que logra sobre todo es que lo enorme del texto parezca más enorme aún, a lomos del puro verbo. Este “Edipo Rey” es otra consumación sobresaliente (dos de dos, por lo que he visto de momento) de la ilusión que despertó el Teatro de la Ciudad. Otra cosa en esta introducción discontinua: se ha dicho mucho que el protagonista Juan Antonio Lumbreras no tiene hechura de “gran-trágico”, pero a mí me parece idóneo (es y está) para la encarnación del hombre normal que descubre las putadas de nuestra limitada libertad.

Tiene el pelo revuelto, es bajo, es pequeño, lleva barba rala y no tiene voz de retumbar. Pero tiene unos ojos grandes, en los que casi no hay blanco. ¿Cómo hablamos de un Edipo, sin fijarnos en los ojos? A mí pareció que Lumbreras no se despegaba un solo instante de esa mezcla de empeño y estupefacción que dirige las acciones del hombre cuya “grandeza tenía pies de miseria” (Sanzol dixit). Vencedor por ingenio de la Esfinge, rey feliz de Tebas, marido y padre contento, Edipo tiene el esplendor nublado por una peste maldita que azota la ciudad. Su empeño es acabarla y tiene que descubrir quién mató a Layo. Su pesquisa será su ruina. Porque el asesino es él y él es autor de la ignominia incestuosa. Y porque al pobre hombre (no sé si esta expresión puede tener más sentido que en este contexto) no sólo lo zarandean los Dioses y el Destino, sino también el propio Sófocles. ¿Por qué, si no porque el autor se puso cruel, iba a decir Edipo en un momento “Haciéndole justicia al muerto, me protejo a mí mismo”?

En la equivocación que el griego le pone en la boca a su criatura está quintaesenciada, de alguna manera, la equivocación que portamos todos: creer que sabemos adónde vamos con lo que hacemos. “Edipo Rey” es una caja de puñales contra la creencia en el libre albedrío de los hombres y cada pieza del thriller manantial que es esa obra tiene la misión de echarla abajo. No sólo el pragmatismo de Creonte, con un Paco Déniz sobrio y preciso, ni las preguntas o la angustia del coro en el que excelentemente se ensamblan Natalia Hernández y Eva Trancón, que son también, y también en nivel alto, Yocasta, Sacerdote, Corifeo e Ismene, entre otros. Sobre todo, la visión de Tiresias. Con el adivino hace Elena González una pura maravilla, porque le brillan los ojos y las cuerdas por la pena de saber que sus palabras son noticia de una destrucción que ya ha visto, porque dice claro y profundo, porque transmite afiladamente la responsabilidad que supone saber una verdad grande y mil veces triste.

La propuesta de Sanzol es tan cristalina que hiere. Su fuerza está en que se aleja del ruido, de la gestualidad excesiva, de la, por así decirlo, espectacularidad. Está siendo señalada como la más personal de las tragedias nacidas en el Teatro de la Ciudad, como la más personal y apostadora. Estoy seguro de que es por su limpieza, porque no hay interferencia alguna en algún segundo del viaje de Edipo a la luz cegadora. Se ven la mesa y las figuras, brilla la bombilla verde que le da a todo la atmósfera justa de realidad atípica y la palabra comienza a rodar gritando su mensaje: no hay mayor revolución que la verdad. Que le pregunten a Edipo El Ciego.

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