“En el estanque dorado”, de Ernest Thompson. Versión: Emilio Hernández. Dirección: Magüi Mira.
Reparto: Lola Herrera, Héctor Alterio, Luz Valdenebro, Camilo Rodríguez y Adrián Lamana.
En el Teatro Bellas Artes de Madrid.
Vivir el tiempo que sea
Si hace tiempo que te jubilaste y una tarde “libras” de cuidar a los nietos, tienes que ver “En el estanque dorado”. Si tienes cincuenta y cinco, cada vez te crujen más los riñones y escuchas ya, con miedo, resignación u optimismo, los pasos de la vejez a tus espaldas, tienes que ver “En el estanque dorado”. También tienes que verla si sólo cumples veinte o veinticinco y crees todavía que eres inmortal y que jamás tendrás más dolor que el de resaca en la cabeza. Tienes que verla porque la obra escrita por Ernest Thompson te va a iluminar como una noticia feliz, porque te va a alentar, porque te va a mover al futuro, sea en el plazo que sea, y sin azúcar de más. Tienes que verla porque es un montaje emotivo, precioso y honesto y una exhibición de grandeza de Lola Herrera y Héctor Alterio.
Ellos dos son Etel y Norman, el matrimonio protagonista. Van a pasar el verano, como siempre, en la casa del lago: ella rejuvenece en la ceremonia de levantar las sábanas que tapan los muebles, recobra impulso vital en el paraje que le permite ver patos, recoger fresas, pasear los bosques. Él, mientras tanto, mastica lenta y cínicamente la idea de su final, ahora que los ochenta son inminentes y puede hacer sus chistes sobre la muerte, incluso sobre su propia muerte, sin que sean tan ficción de hipocondríaco como lo han sido durante los últimos treinta años… Ni el magnífico texto de Ernest Thompson ni el montaje, dirigido con perfecta limpieza por Magüi Mira, esconden que los dos son viejos y se van a morir pronto. Perdonad que lo escriba así, pero es que es así. Y es precisamente ahí donde está la clave de bóveda de la obra: el viaje de Norman, con su esposa como cicerone, de la angustia de muerte a las ganas de re-vivir.
Al escribir la frase anterior me doy cuenta de que el trayecto inmóvil de Etel y Norman (no tan inmóvil como podría pensarse dado que toda la obra sucede en el salón de la casa veraniega) semeja ligeramente al de Orfeo y Eurídice, escapando del inframundo. Solo que es Etel la que tira de Norman y, afortunadamente, no hay condena de los Dioses. Todo lo contrario: es un regalo del destino poder disfrutar la energía cálida que Lola Herrera despliega en este montaje, con qué facilidad inigualable eleva las palabras y las escenas, con qué robustez interpretativa se erige el pilar fundamental del montaje. Junto a ella, el magnífico dominio de la comedia de Héctor Alterio, su construcción perfecta de un personaje que podría resultar repelente y es sin embargo cercano y tierno, una creación a la que amar. Tener en un montaje a una actriz o un actor capaz de multiplicar la potencia de cada escena es una inmensa suerte; tener a dos es un prodigio y este “En el estanque dorado” lo atestigua.
Junto a Lola Herrera y Héctor Alterio están Luz Valdenebro, Camilo Rodríguez y Adrián Lamana. Ella es Chelsi, la hija de los protagonistas, que mantiene una relación tensa con su padre y ellos son Bill Rey, la nueva pareja de Chelsi y Billy Rey, el hijo de éste. Me gustó mucho la energía que desprendía Luz Valdenebro y el tono que Camilo Rodríguez le dio al gran momento breve de su personaje en la obra. Un personaje de quince años chirría ligeramente en la anatomía de Adrián Lamana, pero éste lo defiende con solvencia y cumple una misión importante que Magüi Mira, de nuevo, revela sin énfasis innecesarios: el chico, bonachón y descarado, se convierte en dos minutos en el nieto de Norman y Etel, teje con ellos una cordial intimidad e impulsa definitivamente las ganas de vivir de los ancianos. Sea el tiempo que sea.
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