“Enrique VIII y la cisma de Inglaterra”, de Calderón de la Barca. Versión: José Gabriel López Antuñano. Dirección: Ignacio García.
Reparto: Sergio Peris-Mencheta, Pepa Pedroche, Mamen Camacho, Emilio Gavira, Joaquín Notario, Chema de Miguel, Sergio Otegui, Natalia Huarte, Pedro Almagro, María José Alfonso, Anabel Maurín, Alejandro Navamuel.
Flauta de pico: Anna Margules/Trudy Grimbergen. Viola de gamba: Calia Álvarez.
Estamos siendo injustos con Enrique VIII
Ahora que hacemos, por fin, la crítica de las instituciones con la misma facilidad que el desayuno, llega el oportuno (por rescatador y por acertado) montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, “Enrique VIII y la Cisma de Inglaterra” y nos sirve la oportunidad de darle al monarca inglés la cera que le toca, y también la que no le toca. A Enrique VIII, que como inglés y sanguinario, en ese orden, no había tenido muchas simpatías nunca en nuestras coordenadas, le criticamos como cabeza del Estado por sus pasiones, ejém, incontrolables. Incluso el análisis previo de la obra nos mueve a ello. Pero estamos siendo injustos con él. Porque cuando lo hacemos, estamos acordándonos demasiado de nuestro Rey viejo (eco exacto, ay, de nuestros reyes históricos) y olvidándonos demasiado del Rey que crea Sergio Peris-Mencheta con un trabajo, de nuevo, sobresaliente: un Enrique VIII soberbio, salido y delincuencial, por supuesto, pero también un hombre tiranizado por sus pasiones. Tan humano.
Sobre todo, humano. Porque en el trabajo del actor es visible el esfuerzo de componer un Rey torturado por sus propios impulsos, que no termina nunca de perder la conciencia de lo que debería ser su norte como gobernante y que precisamente por eso sufre. En los momentos álgidos de la batalla entre su responsabilidad y su deseo es donde retumba la fuerza mayor del trabajo de Peris-Mencheta y no es necesariamente en los instantes en que más vigorosamente opera. Es, por ejemplo, cuando interpreta presagios del derecho y del revés en busca de una felicidad que no le llega o cuando presta oídos ansiosos a los consejos ladinos del Cardenal Volseo, o cuando tiene que luchar para que los ojos no se le vayan a la Bolena que desea mientras le interpela la Catalina con la que no querría estar casado.
Por eso digo que somos injustos si, llevados de nuestro tiempo, le afeamos a Enrique VIII sus comportamientos políticos y no atendemos a su conflicto moral. Injustos con el personaje, con el actor y con la obra toda, porque lo más importante de la misma es precisamente el catálogo de arquitecturas morales que contiene, y a las que Calderón dio forma con innata maestría y versos magníficos. Ahí están, además de la titánica batalla entre la responsabilidad y el deseo del Rey, la altivez ambiciosa y maléfica de Ana Bolena, a la que Mamen Camacho interpreta con exactitud ejemplar; la brillante reina Catalina de Pepa Pedroche, puntual en todos los versos y en todas las rasgaduras de su personaje. Ahí está también el Tomás Boleno al que interpreta con acierto Chema de Miguel, un cortesano leal que no ha perdido la conciencia de ser padre de desgracias o, sobre todo, el intrigante, sibilino e inescrupuloso Cardenal Volseo. Con él hace Joaquín Notario lo que me pareció un despliegue irreprochable.
Claro que la obra tiene una capital lectura política, tanto por lo que Enrique VIII lleva de suyo como por la circunstancia del texto, escrito por Calderón en el concreto contexto contrarreformista y tocado por lo tanto de algunas exageraciones propagandísticas. Pero dejar sola esa lectura es desatender la inteligencia con la que Ignacio García ha comprendido, en su montaje, que la trama histórico-política es el vehículo en el que Calderón hizo viajar cuestiones existenciales sobre el albedrío y el poder; ignorar los perfiles más relevantes de una propuesta escénica notable, tanto en lo técnico como en lo estético, que recurre a la sobriedad para plasmar con la más perfecta puntería el retablo de cataduras que construyó Calderón.
Primer ensayo y presentación de equipo de "Enrique VIII y la Cisma de Inglaterra".
Primera lectura de "Enrique VIII y La cisma de Inglaterra".