Crítica de «La respiración» de Alfredo Sanzol

CRÍTICAS: Hasta el 28 de febrero, en Teatro de la Abadía

Escena de "La Respiración"
Escena de "La Respiración"
Alfredo Sanzol ha escrito y dirige en el Teatro de la Abadía "La respiración", un montaje soberbio sobre la ficción como motor de vida.

“La respiración”. Texto y dirección: Alfredo Sanzol.
Reparto: Nuria Mencía, Gloria Muñoz, Pau Durà, Pietro Olivera, Martiño Rivas y Camila Viyuela.
En el Teatro de la Abadía. Hasta el 28 de febrero.

Utopía y sanación

Alfredo Sanzol ha llorado “La respiración”. Llevo un rato largo buscando el verbo y ninguno me convence salvo ése, porque ése es el que más explica sobre el soberbio montaje que puede verse estos días en el Teatro de la Abadía de Madrid. Alfredo Sanzol ha llorado “La respiración”, porque sólo eso explica la esfericidad y la salinidad de la obra, su semejanza mucho más que aparente, genética, con una lágrima de amor. Esas de las que han salido las cosas más bellas y las más duras, las más tristes y las más grandes. Alfredo Sanzol ha llorado “La respiración” y ha dejado en ella, ha traducido en ella, cientos de sus respiraciones entrecortadas, decenas de sus fantasmas, unas pocas de sus sonrisas y buena parte de sus sufrimientos y sus catarsis. Sólo así se explica la irrefrenable pulsión de vida que anima el montaje, la calidad sublime de sus 6.000 segundos, su maravillosa celebración de las “crisis”, consciente de que la palabra significa “contienda” y de que la risa es siempre una victoria.

Porque Alfredo Sanzol ha llorado “La respiración”, pero también la ha reído y por eso ha dado a nuestros ojos un testimonio virtuoso sobre la sanación y la utopía. Con el barro amargo que una ruptura nos deja dentro, el dramaturgo ha dado forma a una creación casi perfecta. Nagore, el personaje que se llama como se habría llamado Sanzol de haber nacido niña, se separó hace un año y sigue cargando con la pena, arrastrando una amargura inmensa que tiene la forma de ese Él que ya no está y al que no se le da nunca nombre propio. Pero quiere reconstruirse y “La respiración” nos enseña cada matiz de ese proceso. Es una genialidad que Alfredo Sanzol haya situado la regeneración sentimental de su criatura en un plano transversal desde lo real hasta lo imaginario, y viceversa. Nagore va curándose en el enredo de un poliamor que se construye en su cabeza y que la envuelve a ella, a su madre, a un profesor de yoga, al hermano y al hijo de éste y a la novia del último.

Sanzol crea en la mente de Nagore un amor abierto que no es militante ni amanerado, sino natural; crea una ficción curativa en la que palpita el fondo de una tragicomedia contemporánea, luminosa, franca y divertida. Un texto y un montaje en los que se da forma concreta a pensamientos complejos, a sentimientos difíciles, a la sinuosa arboladura de una reconstrucción vital, pero una forma accesible, acogedora, incluso amable. En diálogos y soliloquios sofisticados, pero cercanos; en escenas magníficamente construidas, aquilatadas hasta la esencia para que nada enturbie la verdad de vida que empapa todo el montaje, con escenografía y vestuario de Alejandro Andújar y la iluminación de Pedro Yagüe. Nuria Mencía ha debido poner mucho de sí misma en esa Nagore a la que llena de humanidad y de matices en una creación magnífica. Un trabajo tan excelente como el de sus compañeros Gloria Muñoz, Pietro Oliveira, Pau Durà o los jóvenes y sobresalientes Camila Viyuela y Martiño Rivas.

Los seis actores terminan de redondear, con profunda generosidad, una propuesta sobre la ficción como motor de vida. Un montaje que se eleva como imprescindible en la, ahora mismo, interesantísima cartelera madrileña.

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