Resumen
Crítica de Tullidos
Sala Tarambana
Dirección y dramaturgia: Manu Medina
Elenco: Cristo Barbuzano, Eva Bedmar, Javier Crespo y Eduart Mediterrani
Ayudante de dirección: Enrique Boix
Asistente a la dirección artística: Nacho Bonacho
Asesora de movimiento: Aruna Nisad
Iluminación: Gustavo Recuero
Escenografía: Animatronics
Vestuario: Ramón García del Pomar
Música original y espacio sonoro: David G. Bonacho (Descargar música)
Técnico: Sara Esquivel
Fotografía: Juan Carlos Gargiulo
Producción: Elis Budakova y Eva Bedmar
Crítica de Javier Torres
Jesús Medina, Académico de las Artes Escénicas, profesor, dramaturgo y director es el creador de esta obra que no deja ni puede dejar indiferente. Hace hasta de maestro de ceremonias introduciendo al espectador, como en una vía iniciática, hasta el umbral del drama y recogiendo como si de un antiguo juglar se tratara “en su canastilla” las impresiones que a bote pronto brotan del todavía atónito asistente.
La obra es una interpretación libre de la conocida “Final de partida” de Samuel Beckett pero los personajes se abren a pulmón batiente y desparraman toda su pasión, energía, vitalidad y emoción delante del espectador.
Es un teatro a las bravas, sin anestesias ni artificiosas componendas que saca de la hondura de los actores lo más genuino para entregárselo a un público casi atónito por tan generoso regalo. No es fácil ver sobre las tablas un espectáculo dotado de tanta fuerza e intensidad.
El absurdo, estilo característico de la obra de Beckett no esconde un quizás. El absurdo en este caso es tangible, carnal y doloroso. Es el Teatro Brut, Teatro Inclusivo, Teatro que dota a los actores de la libertad para expresar su más genuina esencia, permitiéndoles expresar desde esa hondura óntica su más creativa manifestación. Los actores se convierten en fuentes inagotables de sí mismos, de emociones, sentimientos, vivencias, capacidades que ya se encuentran en ellos y que se despliegan libres y generosas en un medio y con una metodología que acepta incondicionalmente su ser y que Manu Medina recibe feliz y generoso la comparte y nos la presenta.
Teatro Inclusivo de discapacidades pero ¿Qué discapacidades? En las manos de Manu Medina y en la confianza de que el sujeto, el ser, es todo una maravillosa y fecunda tierra nutrida de múltiples talentos, las discapacidades son fuerza y vías para brotar, para explorar, para manifestarse, para vivir y actuar lo que se vive. Son fuente de riqueza y energía.
Los actores están potentes, penetrantes, profundos. Eduart Mediterrani (con alta discapacidad visual), Cristo Barbuzano, Eduart Meditarrani y Javier Crespo son los protagonistas. Todos ellos magníficos, soberbios, sublimes, extraordinarios.
Y es que esta obra es tan intensa que duele. En ella está presente la soledad que los personajes arrastran, de la que huyen, ante la que se rebelan y que en ocasiones abrazan.
El deseo, la dependencia, la manipulación, la culpa… pasean sombríos por el escenario, a veces esperpénticos y se encarnan en gestos, miradas, posiciones, muecas y sonidos, gritos que son sordos y silencios angustiantes. Las relaciones familiares, los amores interesados, las relaciones íntimas, los deseos no realizados. La donación de uno mismo y la voracidad egocéntrica chocan y pactan o se distancian y se separan para siempre.
Solo, un joven en silla de ruedas vive con una joven Felicia y con la que crea una dependencia afectiva que les satisface mutuamente pero que evoluciona obsesiva y destructiva. Los padres encajonados, constreñidos, limitados a sus papeles. Convertidos en proveedores de bienes y servicios para un hijo tirano giran, limitados, sobre los caprichos y necesidades del hijo y la insatisfacción mutua en la que se encuentran en una burbuja de relaciones ulceradas.
Por lo tanto, la casa en la que viven es una ratonera que crece o se reduce pero que los atrapa, los encierra. En otras palabras, la atmósfera se torna irrespirable y angustiosa. Sin embargo, parece acomodarse como si tuviera vida propia a las emociones dolorosas de los protagonistas, cae y desmorona sobre ellos y los aplasta o se eleva, se estira, se agiganta para contraerse de nuevo.
El corazón y la emoción de espectador son como esta casa. Sufre explosiones e implosiones sucesivas de emociones intensas. Se expande y se contrae. Felicia, finalmente, parece abrir una espita de oxígeno en tan sofocante y opresivo ambiente.
Mi agradecimiento y mi enhorabuena a los actores y al director. Me han regalado un rato de vida apasionada, aguda y dolorosa. Gracias por su generosidad interpretativa y por su autenticidad y valentía. Tocan en profundidad la necesidad y el dolor. La soledad y la angustia. Y uno sale de la sala más auténtico, más profundo, más humano y por ello más dichoso.
En conclusión, la Sala Tarambana en la calle Dolores Armengot, 31 de Carabanchel, lugar acogedor y amable nos ofrecerá este magnífico espectáculo hasta finales de diciembre. Conviene no perderse la oportunidad. Y felicidades a todos ellos por hacerlo posible.