La ciencia lo descubrió, lo secuenció, aprendió a estudiar sus engranajes y hace poco, si no entendí mal la noticia, ha conseguido crearlo a su antojo y que funcione como vida. Es el ADN, nuestra esencia biológica. Imaginaos que consiguiésemos hacer todo eso, pero en lo que se refiere a nuestras relaciones de pareja: el ADN marital. Qué futuro, ¿eh? Con esa idea juega "Un balcón con vistas", la obra que Laura Molpeceres ha escrito y dirige en El Sol de York.
"Un balcón con vistas" es una comedia divertida y eficaz. Sin apreturas y sin impostaciones. El divertimento prima en todas y cada una de las líneas de un texto que presenta a dos parejas, cuatro personajes, que van redefiniéndose a medida que avanza la acción. Cristina y Abel acaban de dejarlo pero no se olvidan; Diego y Luna van a casarse, pero no son tan perfectos como creen. La acción avanza enredo a enredo: cada personaje va cambiando de rol en un juego libre que acaba por mostrarles la verdad sobre sí mismos.
"Un balcón con vistas" se mueve en los esquemas de la comedia romántica de enredo y acaba superándolos con una táctica clara: la multiplicación de los giros. Hace que cada personaje sea una cosa un intante y juegue a ser otra el instante siguiente; mantiene así tanto el ritmo, sin altibajos para la risa, como el interés. Es mérito de la directora lograr que ninguna de las situaciones se desinfle y llene una puesta en escena elegante, pero a la que falta una solución más imaginativa para el balcón.
Maggie Civantos hace un notable trabajo de detalle con esa Cristina maniática, hiperactiva, algo repelentilla pero encantadora. Rubén Martínez, Cristina Soria y David Tortosa también están a la altura y sacan partido a su vis cómica para interpretar al psicólogo metiche, la novia celosa y el ex tan tierno como bruto. No hay, aparentemente,nada en común entre los cuatro, pero ADN hace maravillas.