“Vida de Galileo”, de Bertolt Brecht. Traducción: Miguel Sáez. Versión y dirección: Ernesto Caballero. Reparto: Ramón Fontserè, Tamar Novas, Ione Irazabal, Alfonso Torregrosa, Chema Adeva, Marta Betriu, Paco Déniz, Alberto Frías, Pedro G. de las Heras, Borja Luna, Roberto Mori, Paco Ochoa, Pepa Zaragoza.
En el Teatro Valle-Inclán de Madrid. Hasta el 20 de marzo.
La piedra de Galileo
Es una piedra gris e imperfectamente redonda. Tan grande como para que sus vuelos sean visibles, tan pequeña como para caber a su regreso en las manos de Galileo. El que la lanza. El que juguetea con ella mientras pasea y cavila. El que está dispuesto a destruir con ella la verdad equivocada del mundo. Es un elemento mínimo, pero esa piedra común es muchas cosas a la vez en la fascinante “Vida de Galileo” que Ernesto Caballero dirige en el Centro Dramático Nacional. Una lectura lúcida de la obra de Bertolt Brecht, una impecable producción técnica y un montaje que tiene en cada escena un bosque de ideas. Una propuesta que concentra en la piedra de Galileo la lucha entre la verdad y la conveniencia, la importancia de la educación, el precio que paga quien defiende lo cierto y lo esencial que resulta que haya al menos un hombre, al menos uno, dispuesto a romper la armonía de lo incierto con hechos comprobados.
Bertolt Brecht escribió tres versiones de “Vida de Galileo” y Ernesto Caballero ha optado por la última, la que el dramaturgo escribió en 1955 con el fulgor de Hiroshima y Nagasaki todavía en los ojos. La reescritura afectó al cariz ético-político de las últimas escenas de un texto magistral, que narra a un tiempo una época, una vida, un descubrimiento, una revolución y su retractación. Los últimos años de la vida de Galileo, en los que comprobó que Copérnico tenía razón al afirmar que la Tierra no era el centro del Universo y en los que fue forzado a retractarse de sus tesis y abandonar la investigación, son el marco en el que el genio alemán construyó una narración épica sobre la resistencia de la sociedad al cambio, sobre el poder transformador de la verdad, sobre la libertad de pensamiento y la ingenua confianza en “la suave violencia de la razón sobre los hombres”. Entreverado de toques antimercantilistas obsoletos pero todavía atractivos para algunos, “Vida de Galileo” es un hondísimo texto teatral, cargado de reflexión y también de emoción.
Brecht no llegó a ver estrenada esta última versión del texto y Caballero ha querido hacerle un homenaje en su “Vida de Galileo”, haciendo que el dramaturgo se filtre por momentos en la escena, como supervisor de la representación en momentos cómicos o como sucesor de Galileo, como otro genio revolucionario que se quiebra, humano, ante las resistencias. Este recurso, aunque eficaz, es quizás el más innecesario del montaje, en el que destaca una dirección que ha ‘esencializado’ el texto reduciendo la larga nómina de personajes originales y ha mostrado una sensibilidad maestra para transmitir la historia y sus significados en sutilidades brillantes. Paco Azorín ha llevado a cabo una obra escenográfica excelsa, con un escenario circular y giratorio en el centro del patio de butacas, que acerca la acción al espectador y le da a la representación nueva profundidad de detalle.
En ese círculo como microscopio, “Vida de Galileo” se mueve emocionante y exigente, se eleva en algunas escenas brillantes, como esa en la que Galileo, después de calentarse en las hogueras de la peste, le grita nuevos descubrimientos a su discípulo. O aquella de la discusión en Florencia, ese momento determinante en el que la Humanidad se niega a mirar por el telescopio. O la discusión entre Galileo y el cura físico, una espléndida reflexión sobre el descubrimiento y el silencio, sobre la ciencia y las almas crédulas, sobre el pensamiento o la paz. Finalmente, la inolvidable escena de la retractación de Galileo, un pasaje agónico que se le cuenta al espectador en la ilusión y la rabia de sus discípulos y colaboradores.
Ramón Fontserè, algo impreciso el día que yo vi la función, hace un trabajo notable en la composición de un Galileo realista y llano, genio frustrado por las obligaciones mundanas, pillo, cínico, apasionado de su ciencia y displicente con todo lo demás. El reparto, amplio, contribuye mucho a la excelencia de la obra y, a falta de nombrar a todos, es preciso citar el trabajo excelente de Tamar Novas con un personaje niño complicado para un actor de sus hechuras, los matices contrapuntísticos que Ione Irazabal integra en su Señora Sarti, la siempre impecable seguridad de Paco Déniz y Alfonso Torregrosa o el trabajo de Alberto Frías en las canciones con, otro acierto, la música en directo. Pero, sobre todo, la obra realmente memorable de Chema Adeva, que multiplica la calidad del montaje cada vez que uno de sus dos personajes está en escena.
La calidad dramática, la densidad temática, la suma inteligencia de la dirección y el nivel de las interpretaciones hacen de esta “Vida de Galileo” no sólo una gran producción, sino una luminosa joya pertinente. Un montaje brillante que nos pone en las manos la piedra de Galileo, que nos anima a no soltarla, a seguir utilizándola a pesar de las esferas de verdad equivocada que se cierren en torno de nosotros. Porque la verdad solo avanza cuando las teorías se tambalean.