Si te abstraes de las luces navideñas, del furioso ajetreo que satura las calles y consigues colarte en ese bar; allí, al fondo, sentado en taburete alto y flanqueado por bolsas del Corte Inglés posadas en el suelo y una caña sobre la barra a la que de vez en cuando da un sorbo, podrás ver un hombre al que, aun teniendo todo lo que podía desear, ni siquiera la Navidad consigue hacer feliz. Su nombre puede ser Paco. Y fija con desgana su atención en la tele del local que en ese momento escupe el típico informativo resumen de lo más relevante de cuanto en el año haya acontecido.
No tiene motivos para estar contento; y que su mujer le haya tenido de peregrinaje por las tiendas durante más de tres horas no es el mayor de sus disgustos.
Paco empezó a estudiar informática pero no se le daba bien. Así que lo dejó.
Por un tiempo estuvo conduciendo el taxi de su primo, pero echaba demasiadas horas para tan poco beneficio. Se anquilosaba, además, sentado en el cubículo del conductor. Así que lo dejó.
Paco era hombre de acción. Necesitaba machacarse a diario tanto el cuerpo en el gimnasio como el entendimiento en las discotecas. Y hacía falta pasta si quería mantener ese ritmo, el de las discotecas, por lo que acabó ejerciendo de camello eventual para mantener sus propios vicios.
Cuando su chica se quedó embarazada y hubo de casarse bajo presiones familiares, se vio impelido a buscar un trabajo en serio y abandonar la noche.
Centró sus energías en el gimnasio; dejó la coca, los porros y todo aquello que pudiera dar positivo en un control. Cuatro, cinco y hasta seis horas le han visto pasar a diario entre mancuernas, esterillas y Gatorades.
Hubiera querido ser bombero pero no consiguió pasar las pruebas, tan exigentes. Aunque sí le daba su entrenamiento para que lo aceptasen en la Policía Nacional. Más le costó sacar los exámenes teóricos: la Constitución y chorradas de ésas. A la tercera lo consiguió.
Ahora tiene un trabajo que no está mal pagado y le permite criar a su hijo de dos años, mantener a su señora, alguna puta de vez en cuando, y tomarse unas cervezas sin preocuparse en si llegará a fin de mes.
En este momento da el último trago a la que se estaba bebiendo. Quiere irse del bar, pero tiene que esperar a su mujer, que ultima algunas compras. Si al menos apagasen la tele que ahora proyecta imágenes de una manifestación a las puertas del Congreso… El reportaje muestra la desmedida brutalidad con que la repelieron las Fuerzas de orden público. En la pantalla, un policía inidentificable con su casco de Darth Vader, aporrea salvajemente a una chica indefensa hasta dejarla inconsciente. “La chica permaneció en coma cinco días”, dice el comentarista.
La concurrencia del bar lanza imprecaciones más que indignadas, furibundas, hacia el funcionario enmascarado y cobarde que perpetrara tan vil agresión. Se le menta a la madre mil veces. Un parroquiano acodado en la barra al lado de Paco dice: "Hay que ser malnacido hijo de puta; cojo yo a ese cabrón y le hago tragarse los huevos". Paco asiente levemente, mira el reloj, coge los paquetes y se va sin responder. Recorre las atestadas calles del centro sin mirar a su alrededor, le da la impresión de que todo el mundo le mira con hostilidad. Le arden las sienes y la cerveza se agita en la boca de su estómago.
La muy zorra no paraba de llamarle Hijo de puta Madero. ¿Qué esperaban que hiciera?
Vomitaría si tuviese algo que echar, pero tiene las entrañas vacías. Por no tener ya no tiene ni entrañas. Tuvo que dejarlas de fianza cuando le dieron el uniforme.