Escriben los que escriben los libros de historia que, allá por los años veinte del siglo pasado, podía verse, en cualquier garito rezumante de oscuridad de una Viena o un París, una sinopsis breve mas intensa de la depravación humana. Cuentan que aquellos locales de oscuridad y anonimato eran corral de contoneo y acrobacia. Laboratorios de sensualidad. Escriben los que escriben que aquellos locales eran abrevadero en los que matar la sed con un trago, sin mezcla, sólo hielo, de lo prohibido.
He sido siempre, y probablemente mañana seguiré siéndolo, un partidario acérrimo de la lectura. Ese columpio de la imaginación, ese viaje en las palabras de otro. Pero tengo que cesar hoy, por este rato, de mis instructivos principios. La cosa es clara: por el precio de uno de esos libros en los que se cuentan todas estas cosas de una Viena emputecida o un París de alcohol y muslo desnudo, puede uno sumergirse en ellas. Sumergirse hasta mojarse. Gracias a “The Hole”, el espectáculo ideado por Yllana, Letsgo y Paco León, que se representa en el Teatro Häagen-Dazs Calderón de Madrid.
Y nunca tan bien utilizada esta palabra: ‘espectáculo’. La función, desde el sugerente recibimiento a las puertas del teatro hasta el cierre entusiástico y aéreo, no cesa un solo momento. Ni siquiera lo hace durante los veinte minutos del descanso, que son sólo una tregua para que el espectador relaje un poco, sólo un poco, el mecanismo de la fascinación. Porque creo que es ése, el de ‘fascinante’, el adjetivo que mejor le cuadra a una obra de etiquetación esquiva y frondoso contenido.
Hay música, danza, humor, equilibrismo y una atmósfera de sexo impregnándolo todo. Hay, en este agujero cloaqueño de atinada escenografía, ratos de asombro, momentos de belleza, pasajes de diversión y estallidos de euforia. Es un variedades irreverente o un cabaret desmesurado. Un burlesque y un circo. Un zoológico para fauna de ralea baja. Una postura moral: la de que el agujero, más metafórico que nunca en este punto, no ha de matarnos la alegría. Comprendo ahora la dificultad que muchos han visto en la clasificación de este versátil show ¿Por qué tienes tantas definiciones la vida? Quizás porque pegarle una pegatina a la complejidad es tan difícil como pegársela a un rata.
El encargado de lograr que la locura no transgreda el límite de su propio comedimiento es un Eduardo Casanova al que se percibe cómodo en el papel de Maestro de Ceremonias. Él estará durante todo el mes de noviembre. Su juventud puede que le prive de la aureola de crápula experimentada que se espera de un sacerdote en tal parroquia; pero ni llega a tomar forma la desventaja: su frescura, su agilidad, su ética de descaro y desenfreno le izan (literalmente, por cierto) sin reserva e imprimen un ritmo particular a la función.
Si estos fuesen otros tiempos, este artículo sería prueba en juicio contra mí por perversor. Me preocupa poco, y por eso recomiendo que se acerquen, que desciendan al agujero, que se dejen fascinar. Y si no se divierten, piénsenlo, siempre les quedará París. En libro, claro.