Lope de Rueda triunfó con pequeños dramas de tres o cuatro personas con una acción y un lenguaje sencillos, junto a caracteres naturales y populares. Sus obras más largas no tienen tanta calidad, porque siguen en exceso a los italianos. Por su parte, Juan de Timoneda fue su amigo y editor, y le imitó en algunas piezas en prosa (las escritas en verso tampoco son importantes). Alonso de la Vega, representante y autor de compañía, tuvo cierto éxito en su época con las tres comedias que se conservan de él. En todos estos casos, las compañías cómicas vagaban por las provincias entreteniendo al pueblo con sus comedias, tragedias, tragicomedias, églogas, coloquios, diálogos, pasos, autos, representaciones, farsas y entremeses.
La escenografía no acompañaba a la representación, debido a su considerable retraso, entre otras cosas porque no existían los teatros permanentes, y los actores deambulaban de un sitio a otro sin comprometerse con el lugar. Por otro lado, las representaciones religiosas seguían siendo, a veces, grotescas, algo que mejoró tras un concilio celebrado en Toledo en los años 1565 y 1566. Poco a poco los dramas sagrados fueron desapareciendo de los templos, y los manuscritos destruidos. Con ello los teatros públicos recibieron un nuevo impulso.
El “inventor” de los teatros fue Naharro, en torno al año 1570, al introducir decoraciones pintadas y movibles según lo pidiera el argumento de la obra. Además, cambió el sitio de la música, aumentó los trajes, hizo varias alteraciones en las figuras de la comedia, puso en movimiento las máquinas, imitó las tempestades y animó sus fábulas con el aparato estrepitoso de combates y ejércitos, muchas veces bastante exagerado. Moratín pone como ejemplos adecuados las obras de Gerónimo Bermúdez y Pérez de Oliva. Otro autor, Malara, no le convencía, y prefería a un discípulo de este, Juan de la Cueva. Con las creaciones de unos y otros se fueron confundiendo los géneros cómico y trágico, con todo tipo de composiciones líricas y una cierta desatención de la parte dramática.
En este punto llegó Cervantes, muy crítico con la forma de representar las obras, y que tampoco sirvió para engrandecer el género al tratar de acomodarse al gusto del público, como también ocurriría con otros creadores como Cetina, Virués, Guevara, Lupercio de Argensola, Artieda, Saldaña, Cozar, Fuentes, Ortiz, Berrio, Loyola, Mejía, Vega, Cisneros, Morales, y un número infinito de poetas de menor entidad, que florecieron en Castilla, Andalucía y Valencia.
En esta época se construyeron los dos primeros corrales de comedia en Madrid, el de la Cruz (1579) y el del Príncipe (1582), donde se empezaron a representar las obras de Lope. Moratín ensalza las cualidades del teatro de este último, pero también censura sus excesos, como también comentará de Calderón.