Los efectos devastadores de la terrible e injusta subida del IVA a la cultura del ocho al veintiuno por ciento ya tienen confirmación. Daniel Martínez, presidente de la Federación Estatal de Asociaciones de Teatro y Danza (FAETEDA) dio a conocer los datos que, como consecuencia de la insensata decisión del Gobierno, son peores de lo que cabía esperar: el Teatro ha perdido 1,8 millones de espectadores y la recaudación neta ha caído un 33% del 1 de Septiembre al 31 de Diciembre de 2012.
Se ha hablado mucho sobre las razones que llevaron al ejecutivo a tomar una medida propia de una banda de caciques de pueblo. Yo me limitaré a hacer una reflexión que nada tiene que ver con conceptos de tipo económico. Ni siquiera con consideraciones de tipo ideológica (o tal vez sí, aunque a mí la ideología cada vez se me antoja más como algo desfasado y sin utilidad práctica, propia de aquellos que viven en una eterna nostalgia de un pasado dominado por la hipocresía y la falta de ideas).
Lo mío es la comedia. Por eso me pregunto en tono jocoso: ¿Cristóbal Montoro va al Teatro? O mejor aún: ¿Ha ido alguna vez al Teatro?
Yo me inclino a pensar que no. Viéndole y escuchándole en el congreso creo que lo suyo son más bien las películas de John Wayne matando indios.
Me lo imagino viendo en casa el fantástico ciclo de cine Western que está ofreciendo estos días el canal Intereconomía y, una vez terminada la película, ya bien cenado y acostado, soñando con calzarse unas botas de vaquero con sus espuelas, montado en un pura sangre, conquistando palmo a palmo el territorio comanche. Ese sueño llega a su cenit cuando en el punto de mira de su fusil, a pesar de la polvareda de la arena de la pradera que levantan las patas de los caballos, se distingue, entre la bandada de indios, las caras de los pieles roja que guardan una asombrosa similitud con los amigos de “la ceja” (o sea, según su percepción, esa panda de reaccionarios que le ponen a parir a él y a los suyos cada vez que tienen un micrófono delante) como si todo el colectivo teatral estuviera adscrito a la simpleza zapateril. "Sed de venganza" podría llamarse el film de sus delirios nocturnos.
Es ahí cuando Cristóbal Wayne o John Montoro, tanto monta monta tanto, saca a relucir su orgullo engaviotado y sin dilación abate a todos los pieles roja que se le ponen a tiro.
Teniendo el Western con un simple click del mando a distancia, ¿qué carajo le va a importar al bueno de Montoro el Teatro? ¿Alguien se lo imagina sentado en un patio de butacas esperando a que se levante el telón mientras repasa el programa de mano? Es más, ¿alguien se imagina a cualquiera de ese ejecutivo interesado por la cartelera teatral?
¿A que no?, ¿a que esa imagen se nos antoja de lo más rocambolesca? provoca hasta cierta hilaridad. A mí al menos.
Y es que es normal. La tremenda ansiedad que debe producir el tener que lidiar día sí, día también, con las informaciones que aparecen en los medios de comunicación respecto a las cuentas del forajido engominado Bárcenas, que huelen a financiación irregular, deben dejar poco tiempo para preguntarse por asuntos tan irrelevantes, a sus ojos, como la Cultura.
También podría ser que en los Consejos de Ministro dijeran, no sin cierta razón: “Total, si el país está encantado viendo cómo unos tipos se tiran de un trampolín, a quién le importa el Teatro”.
No sé, todo esto, como diría Miguel Noguera, son ideas. Ideas que me asaltan al ver la insensibilidad del Gobierno ante la sangrante realidad del Teatro y la Danza en España. Sangrante realidad de la que ellos son causantes, por cierto.
Mientras, los empresarios de Teatro de este país, buscan soluciones y se miran unos a otros en las reuniones del gremio preguntándose en silencio “¿Acabaremos sin Teatro en España? ¿Caeremos todos presa de la imbecilidad? ¿Cambiará España su extensa tradición teatral por el salto de trampolín?”
Yo creo que eso es lo que quiere el gobierno. De ahí la insensata subida del IVA y su tenacidad por hacer que la cultura (y los ciudadanos en general) paguen el desmán de tanta incompetencia en la gestión de nuestros recursos, entre otras razones por la intolerable lacra que supone la corrupción campante de la que se han beneficiado unos y otros. Imaginaos cuánto Teatro tendríamos, o mejor aún, cuántos centros de enseñanza de calidad y hospitales eficaces en su gestión, públicos, (quede claro que no estoy en contra de que también los haya privados) tendríamos si los mangantes que pueblan nuestro espectro político, y que manchan la honorabilidad del colectivo político en general, devolvieran lo que se han llevado.
Otra idea: yo, particularmente, ilegalizaría a todos aquellos partidos que se han financiado irregularmente y sobre todo aquellos que toleran la corrupción entre sus filas, practicando el perverso juego del “y tú más”, empezando por la coalición PPOE. Veríais entonces cómo aparecerían recursos y cómo no haría falta subir la tasa impositiva de manera salvaje a la Cultura.
En fin, se me calienta la boca y me estoy desviando de tema… Sigo.
Dicen que el Ministerio de Cultura ha tomado nota de las demandas de los empresarios teatrales en la última reunión de la FAETEDA, en el Teatro Coliseum de Madrid e incluso, que se ha llegado a plantear la idoneidad de reducir la tasa impositiva en la Cultura (Wert es sin duda el tipo raro del ejecutivo, ese al que le gusta la lectura y acudir a ver algunaobra de vez en cuando) pero que John Montoro y su banda de vaqueros de “Fort Hacienda” hace oídos sordos a la propuesta.
Es normal: el ministro Montoro debe ser de esas personas que cuando va a entrar a ver una obra de Teatro (aunque no creo que lo haya hecho nunca) pregunta con preocupación: “¿esto cuánto dura?”.
Y así están los empresarios de Teatro, a los que ha condenado a la ruina con una medida tan injusta como ineficaz, preguntándose mientras ven la sangría que supone la pérdida de casi dos millones de espectadores en los cuatro primeros meses desde que se adoptara la medida: “¿Esto cuánto dura?”
Salud, amigos.