“Si es verdad que una sola muerte constituye una tragedia y que un millón de muertes constituyen una estadística, esta es una historia sobre estadísticas, sobre los millones de personas de países pobres que murieron innecesariamente a causa del SIDA mientras las grandes compañías farmacéuticas bloqueaban el acceso a los medicamentos de bajo coste que podían haber salvado sus vidas”
Así empieza el tremendísimo documental “Fuego en la sangre” que el pasado sábado, la 2 de TVE emitió por la noche.
En él se detalla cómo se llevó a cabo una de las más grandes atrocidades de la historia de la humanidad para vergüenza de nuestro globalizado mundo: Las democracias occidentales, al servicio del gran lobby farmacéutico, dejaron morir a más de diez millones de personas en el hemisferio sur, víctimas del VIH, de manera innecesaria, al bloquear la entrada de medicamentos antirretrovirales genéricos en países en vías de desarrollo, aún a sabiendas de que éstos habrían salvado la mayor parte de las vidas de los afectados.
El excelente documental explica cómo funcionan los tratados comerciales que protegen las patentes. Cómo las leyes de cada país otorgan al gran lobby farmacéutico unos años de explotación comercial de medicamentos esenciales (y no esenciales también, por supuesto) para que éste consiga grandes dividendos a base de vender dichos medicamentos muy por encima del coste de fabricación de los mismos, de los cuales siete de cada diez son producto de la investigación sufragada con dinero público.
¿Cómo es posible que nuestros gobiernos en occidente, sabiendo que países como India, fabricante de antirretrovirales genéricos, podía abastecer a países en vías de desarrollo de medicamentos esenciales a bajo coste, la Comunidad Internacional, la ONU, la OMS, con Estados Unidos y la Unión Europea a la cabeza, sólo tuvieran en cuenta los intereses comerciales de las grandes farmacéuticas, siendo conscientes del drama que asolaba a millones de personas afectadas por el VIH en países donde la gente no podía pagar los más de 15.000 dólares anuales que costaba el tratamiento?.
¿Bajo qué principios todos estos poderosos actores fueron capaces de bloquear la entrada en esos países de medicamentos antirretrovirales que podrían haber salvado la vida a tanta gente?
En el año 2001, unos cinco años después del descubrimiento de los nuevos tratamientos antirretrovirales contra el SIDA que había salvado de la muerte al 80% de los infectados en occidente, sólo 1 de cada 2.000 africanos con VIH recibía el tratamiento con antirretrovirales.
El documental también nos cuenta la historia de muchos activistas que lucharon contra esta tremenda injusticia. Entre ellos, Yusuf Hamied de los laboratorios Cipla, que ofrecía los medicamentos genéricos que fabricaba en sus laboratorios de India a bajo coste cuando no de manera gratuita. O el médico ugandés Peter Mugyenyi, que fue detenido en la aduana de su propio país por introducir esos medicamentos genéricos dentro de la frontera ugandesa, incumpliendo una inhumana ley de patentes impuesta por la comunidad internacional, para paliar una situación de emergencia de salud nacional, argumento que sí valía para que la administración Bush incumpliese el tratado de patentes en Estados Unidos ante la crisis del Ántrax pero que no gozaba de valor alguno para los países africanos que sufrían el azote del SIDA. O los esfuerzos de Bill Clinton y su fundación para conseguir bajar los precios en el mercado de estos medicamentos esenciales y cómo la presión de éstos y otros activistas para desmantelar el monopolio farmacéutico de patentes protegido por unas injustas medidas, consiguió reducir en un primer momento el coste del tratamiento con antirretrovirales de más de 15.000 dólares al año a 350, es decir, a menos de un euro al día.
Sin embargo, incluso un euro al día era un precio demasiado alto para los afectados en países pobres o en vías de desarrollo.
Es este uno de los momentos más emocionantes del documental, el relato de cómo con una serie de acciones bien coordinadas, buscándole la vuelta a las injustas leyes que prefieren defender y velar por el derecho a la propiedad intelectual de un medicamento antes que por la vida de seres humanos en territorios deprimidos y asolados por la pobreza, estos valientes activistas y muchos otros consiguieron rebajar el coste del tratamiento contra el SIDA por debajo de los 100 dólares anuales. Como consecuencia de tal logro empezaron a salvarse millones de vidas en esos países.
Pero la industria farmacéutica viendo peligrar el futuro de su monopolio, decididos a no perder ni un solo céntimo más, por el temor de sus dirigentes que en occidente los enfermos de VIH se negaran también a pagar el abusivo coste de los tratamientos, movilizó a los gobiernos occidentales, con Estados Unidos como punta de lanza, para que utilizasen a la Organización Mundial del Comercio (OMC) como instrumento para obligar a los países en vías de desarrollo a aceptar medidas en favor de las patentes de medicamentos, en un protocolo conocido como acuerdo ADPIC, por el cual se retiraba el control de patentes de medicamentos a los gobiernos y lo cedía a la OMC, organización, a su vez, controlada por los países occidentales con capacidad de sancionar a aquellos otros países que vulnerasen las normas en un claro ataque de las farmacéuticas contra los medicamentos genéricos, con el preciso objetivo que los países en vías de desarrollo no pudiesen fabricar sus propios medicamentos genéricos, obligándoles a abastecerse en función de los abusivos precios que el lobby farmacéutico estimase, a pesar de saber que son inalcanzables para la mayoría de enfermos sin recursos en esos países pobres.
Un dato escalofriante que desvela este documental es que al principio del milenio sólo ocho mil personas en África con VIH eran tratadas con antirretrovirales. Al final de la década, ocho millones de personas afectadas por el SIDA en países en vías de desarrollo eran tratados con antirretrovirales genéricos fabricados en India.
Sin embargo, con medidas como el acuerdo ADPIC, cuyo fin es evitar que esos medicamentos genéricos puedan ser comercializados libremente, millones de personas sin recursos, que hoy gozan de salud gracias a esos medicamentos de bajo coste, pueden morir por falta de antirretrovirales de segunda y tercera generación, inasequibles para sus posibilidades, la gran mayoría de éstos, no lo olvidemos, financiados con dinero público.
El último mensaje de la cinta es brutal: “La OMS estima que 18 millones de personas morirán cada año por enfermedades tratables y prevenibles, principalmente por falta de medicamentos”.
Este, amigos, es el mundo donde vivimos. Podemos pensar que las cosas son así, que a unos nos ha tocado vivir en una parte, y que por ello tenemos acceso a todo tipo de comodidades, a pesar de la crisis, durísima, sin duda, y que a otros les ha tocado vivir en otra, donde la cuestión no es si uno tiene o no más o menos derechos, no es si gobierna tal o cual partido o si se ha lesionado el jugador franquicia de nuestro equipo de fútbol; simplemente, en esa parte del mundo, vivir significa sobrevivir con lo que se tiene y si no se dispone de lo suficiente, morir.
Podemos pensar que nada está en nuestra manos y ponernos de perfil ante esta injusticia, ante esta horrenda realidad. Pero también podemos decir basta y actuar cada cual en función de sus posibilidades.
Y eso es lo que deberíamos hacer en nombre de los más básicos principios de humanidad y civismo.
La cosa está así: Las grandes farmacéuticas, cuya industria es la más lucrativa del planeta y los gobiernos occidentales que la sustentan son responsables, directa o indirectamente, de la muerte de millones de seres humanos que podrían haber sobrevivido al SIDA de haberles suministrado la medicación que necesitaban.
Después de que en nuestras confortables sociedades occidentales, el racismo haya quedado prácticamente erradicado, nuestros gobiernos han sido cómplices del mayor crimen de la historia, dando muestras de un racismo intolerable.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los responsables de los crímenes del nacismo se sentaron en Núremberg ante un tribunal para juzgarles por sus abominables actos. Se estima que entre el año 1.939 y 1.945 exterminaron de manera sistemática entre seis y diez millones de judíos.
¿Qué clase de juicio, entonces, deberían tener los que activamente consintieron, mediante unas injustas leyes que tenían como fin el sostenimiento de un monopolio, y por supuesto para quienes se enriquecieron y se siguen enriqueciendo con éste, por la muerte innecesaria de millones de personas de VIH-SIDA, teniendo la posibilidad de haberles administrado la medicación que hubiera salvado la mayoría de esas vidas?
Sentado frente al televisor, al terminar de ver este tremendo documental, cerré los ojos. Después pensé que el auténtico fin de las televisiones públicas es precisamente el de informar y con suerte hacer abrir los ojos a los ciudadanos, a quienes informan, frente a las injusticias de este mundo. A la misma hora que se emitía este desgarrador documental, en la 1 de TVE se emitía un programa de los que nos ayuda a desconectar y a no pensar en los problemas para después irnos a la cama creyendo que hemos construido un mundo seguro lleno de comodidades, de derechos consolidados y bienestar.
En la 2 el sufrimiento innecesario de seres humanos como nosotros en otra parte del mundo.
En la 1 la atrofia intelectual a la que nuestros gobiernos nos están llevando para mantener sus privilegios y monopolios sin ser cuestionados.
¿Es este el mundo en el que queremos vivir? Yo no.
Salud amigos.