Hay momentos en la vida, instantes que se quedan grabados en nuestra memoria, a veces, sin una especial trascendencia, pero que definen, sin embargo, el resto de nuestra vida. No sé con absoluta seguridad si cierta tarde del invierno de 1977, marco la vida que me quedaba por delante, puede ser algo exagerado. Pero sí estoy seguro de que recuerdo perfectamente, algunos de los detalles más insignificantes de aquella tarde. Salí del colegio con una ilusión tremenda: aquella noche mis padres me llevaban a ver la película que estaba en boca de todos los niños del barrio, “La Guerra de las Galaxias”. Mi madre, Nati, me llevó al cine Real Cinema, donde esperamos a mi padre, Enrique, que ya había comprado las localidades. Mientras, cené un bocadillo que había preparado mamá en casa, de hamburguesas… ¿Por qué recuerdo detalles así? Muy posiblemente porque devoré aquella película con más hambre que la cena, y con una cara de asombro que no desapareció en dos horas. Ni en mucho tiempo. Y como tantos niños de nueve años, nació en mí la afición y la admiración por la saga que ha llegado hasta nuestros días.
Los juegos se llenaron de sables láser, batallas espaciales, cazas X contra cazas TIE y princesas que había que rescatar de la Estrella de la Muerte. Los chicos esperábamos impacientes el estreno de un nueva entrega de la saga: “El Imperio Contraataca”, con aquella imponente ofensiva de los AT-AT, la sublime declaración de Vader a Luke, la primera aparición del Emperador o el sorprendente destino de Han Solo; “El Retorno del Jedi”, con Jabba el Hutt, de nuevo la Estrella de la Muerte, otra vez la victoria de la Alianza Rebelde y la redención de Anakin Skywalker.
En 1999, se estrenó el Capítulo I, y se inició una segunda trilogía que nos relató el inicio de la familia Skywalker, e incluso se anuncian nuevas películas en los próximos años, para cerrar la nonealogía. Impaciente estoy.
Por aquel entonces, estamos hablando de hace más de treinta años, no era tan habitual como ahora ver las películas en versión original subtitulada, y disfrutábamos de un excelente doblaje. Así, la maldad de Darth Vader, que tenía forma de David Prowse y voz de James Earl Jones, tomó en España la de Constantino Romero. Es prácticamente imposible separar aquellas imágenes de la voz de Constantino diciendo: “Eres parte de la Alianza Rebelde” o “No, yo soy tu padre” o “Luke, deja que te mire con mis propios ojos”. Sin darme cuenta, aquella voz entró a formar parte de mis juegos infantiles y mis aficiones juveniles. Pero no tardé mucho en descubrir que Constantino Romero, era más que la voz de Darth Vader. además de la de infinidad de personajes como James Bond, Harry “el sucio”, Terminator, Roy Batty en "Blade Runner", James T. Kirk en "Star Trek", Mufasa en "El Rey León"… Mucho más; locutor, presentador de televisión, comunicador, y habitual actor tanto de comedia como de musical, género en el que destacó, y del qué fue un gran valedor en España.
Casi a la vez fui averiguando que “La Guerra de las Galaxias”, no era tan banal como podría haberme parecido en principio, y que esta historia de fantasía y ciencia ficción, entroncaba directamente con los mitos más frecuentes de nuestra cultura y nuestra literatura.
Maestros de la fantasía como C. S. Lewis o J. R. R. Tolkien, relatan aventuras que, más allá de ambientaciones o nombres, dejan ver un trasfondo común con la saga de George Lucas, que a su vez conectan con las ideas del subconsciente colectivo desarrolladas por Carl Jung en Psicología y simbología del arquetipo o El hombre y sus símbolos, por ejemplo, o Joseph Campbell en "El Héroe de las mil Caras".
Quiso esta azarosa profesión mía, que terminase coincidiendo en un reparto con don Constantino Romero. Fue en la producción de “Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny”, de Kurt Weill y Bertold Brecht, que Mario Gas dirigió en 2007 en Las Naves del Matadero. Yo tenía una participación muy pequeña, casi episódica, pero tuve la suerte de compartir el camerino con Constantino. Desde el principio mostró un gran compañerismo y un estupendo sentido del humor. Intercambiábamos anécdotas, aunque yo disimulaba mi admiración por la Saga Galáctica, de la que él estaba orgulloso, pero hacia la que mostraba -sobre todo a los fans incorregibles-, cierta desconfianza. Coincidíamos en bastantes gustos musicales, y teatrales, y se portó de forma afectuosa.
En cierta ocasión me contó que le invitaron a una convención de fans de “La Guerra de la Galaxias” en Valencia, y relataba, con asombro, cómo le escoltaban vestidos de guardia imperiales desde su hotel a la convención, tratándole como Lord Vader. Esto, claro, no hacía más que evitar que yo le confesase que mi primera impresión al conocerle fuera pensar que estaba hablando con un Lord Sith. Pero el sentido común se imponía, y no quería parecer un fanático descerebrado de los que a él le asustaban tanto.
Así pasamos los casi cinco meses de Mahagonny, hasta que a punto de finalizar las representaciones me atreví a contarle mi afición desde la infancia a las aventuras de los Skywalker, y mi admiración a su trabajo como doblador en general, a lo que él respondió con una sonrisa y diciéndome: -Claro, ya lo sabía- A continuación le pedí: -Dímelo, Tino, por favor?, -¿Qué?- me respondió, -Yo soy tu padre-, le dije. Pero no quiso regalarme los oídos y terminamos la conversación entre más anécdotas, bromas y risas.
Admirado Constantino; los compañeros lloramos hoy tu despedida. Eras un hombre polifacético, y dejaste muchos amigos en tus variadas disciplinas profesionales. Grande, en tu trabajo y como persona, como compañero y artista, respetado y respetuoso, generoso e ilustrado.
Pero no puedo evitar, con tu permiso, recordar con una sonrisa aquella tarde de 1977, mi infancia, mis juegos y mi fantasía, ligados de forma inseparable a la presencia magnífica de tu voz diciéndome desde la pantalla: -El círculo está completo. Cuando te dejé era el alumno, ahora yo soy el maestro. -. Cosas de niños.
Maestro, que la Fuerza te acompañe.
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