La Casa de la Portera ya no existe… pero existe

REPORTAJE: Sobre el cierre de la sala, en Madrid

Alberto Puraenvidia y José Martret

La Casa de la Portera ya no existe. Hemos tenido meses para digerir la noticia, desde que Alberto Puraenvidia y José Martret anunciaran su cierre. Y sin embargo, ahí está el hecho, haciéndosenos bola en la garganta: ni hoy, ni mañana, ni pasado ni al otro abrirá sus puertas para acogernos, una vez más, en otro viaje apasionante de teatro, cultura y humanidad. La Casa de la Portera ya no existe… pero existe. En la pena de los que la hicieron, la habitaron y la llenaron y también en el recuerdo que todos guardarán de ella. Existe en el hueco de vacío que Madrid tiene ahora en una de sus calles más viejas y sin embargo, durante tres años, una de sus calles más adelantadas. Existe en la vida que inevitablemente sigue, aunque siga un poco más en el tono mate que dejan las despedidas que duelen.

Yo fui un descubridor tardío y un visitante distante de La Casa de la Portera. Me sumí en sus habitaciones mucho menos de lo que debí, y debía no por gusto sino por trabajo: era un foco candente de novedad, transgresión y calidad y algunas cosas se me escaparon. Ya no se puede remediar: pena que sumo a la pena por el cierre. Ni lo vi todo ni aspiré a hacerlo, pero siempre que tenía apuntado en la agenda "Teatro-La Casa de la Portera" preveía/sentía/sabía que iba a tener una doble oportunidad: disfrutar de mi pasión por el teatro y hacer una de las cosas agradables de mi trabajo: escribir sobre espectáculos que deben ser vistos. La Casa de la Portera jamás defraudó esa expectativa. Y aunque fui de cuando en cuando, siempre me sentí parte de su latido. Por eso me parecía injusto que no hubiera un ‘farewell’ para esta Casa eterna en esta pequeña casa amiga que es Teatro a Teatro.

Los ‘adioses’ y homenajes que algunos le estamos escribiendo son emocionados, son bonitos y son pasionales. Son imprescindibles y quizás hasta obligatorios. Pero son menos importantes que lo que importa de verdad: ayer se echó el cerrojo a un hito. A una aventura feliz. A una epopeya cultural que hizo del atrevimiento su bandera y puso su meta en el teatro bueno, en el teatro humano, en el teatro emocionante. Ayer se le apagó una columna, una de las más grandes e intensas, a la efervescencia que muchas salas y teatros han impuesto a base de rabioso entusiasmo a la escena madrileña. Ayer es un día triste: por lo que vimos y recordaremos, pero sobre todo por lo que dejaremos de ver. Ayer es un día triste porque acabó un acontecimiento revolucionario, triste por la sábana echada sobre la guillotina que durante tres años ha descabezado tópicos, maneras viejas y la sucia ranciedad del ‘no se puede’.

Pero hoy es un día feliz. Porque si algo acaba, tuvo principio, tuvo huella y tendrá eco. En La Pensión de las Pulgas, por supuesto. Y en todas las salas que siguen haciendo lo que hacen con maravilloso encono. En La Casa de la Portera ya no habrá más delirios ochenteros, ni ancianas alucinadas y alucinantes, ni amores haciéndose y rompiéndose. Ya no habrá lesbianas tiránicas, ni hombres solos y atribulados ni puro Chéjov. En La Casa de la Portera ya no habrá más documentales ni habrá jardines en los que se acabe un mundo y descolle otro. Pero en ese portal de la calle Abades habrá siempre la memoria de un templo efímero del teatro, de la osadía y de la libertad. El que lo dude, que pregunte en El Trébol.

"And though the line is cut
It ain’t quite the end
I’ll just bid farewell till we meet again".

Facebook Comments
Valoración post