La confesión de un tipo antipático

Ignasi Vidal

Soy un tío antipático. Tengo momentos en los que me muestro jovial y alegre, pero por lo general acabo fijándome sólo en lo que no me gusta y constantemente lo cambiaría todo para dejarlo como creo que está mejor. Por ello, soy consciente que trabajar conmigo puede resultar un auténtico coñazo, porque, si por mí fuese, no pararía de darle vueltas a las cosas hasta quedarme tranquilo.

Este rasgo de mi personalidad (que se ha ido fraguando, pues aseguro que no era para nada así cuando empecé en esto) lejos de aplacarse se va acentuando con los años.
Por ello, llevo tiempo pensando que lo que tendría que hacer es trabajar solo.

Me pregunto si aquellos actores que han acabado trabajando solos, lo hacen por la misma razón por la que yo me planteo hacerlo. Tengo amigos que me dicen que debería ser más simpático con la gente que espera a la salida del teatro para saludarme. Puedo asegurar que soy todo lo simpático y agradable y sobre todo respetuoso de lo que soy capaz, pero por lo general, no sé encajar demasiado bien las alabanzas.

Lo que sí que es cierto, es que muchas noches al terminar la función, no acabo de estar satisfecho con lo que he hecho en escena, o, sencillamente, en cómo se ha desarrollado la función. Esos días, trato de no detenerme mucho en saludos afectuosos. No estoy orgulloso de lo que ha pasado y prefiero pasar página. Por ello sólo tengo dos opciones: volver a empezar y arreglar lo fallido (cosa del todo imposible) o salir por patas, llegar a casa, abrir la nevera, coger una cerveza fría, descamisarme, sentarme en el sofá y quedarme pensativo mientras bebo con intención de borrar mis pecados escénicos a base de lúpulo y cebada.

Nunca enciendo la tele. Me da náuseas hacerlo. Cada vez más. ¿Por qué? La tele es una bazofia. (Que nadie me diga que me pierdo cosas interesantes. Especialmente cuando ni siquiera ponen algún partido de fútbol que me distraiga porque la liga descansa por vacaciones. Eso es como decir que comer heces tiene algo de positivo porque entre la materia putrefacta se esconden nutrientes. Que se la coma otro).

Veréis. El viernes pasado fue uno de esos días en los que hubiera cambiado la función. No estuve bien, no estuvo bien y como cambiarla es imposible, me puse de mala hostia. Entonces llegué al apartamento y me senté en el sofá a beberme la cerveza que debía sanar mi alma pecadora. Allí sentado hice algo increíble en mí: Encender la tele. Encontré el mando a distancia entre los cojines, o mejor dicho, él me encontró a mí. Hasta aquel momento no había encendido la tele desde que llegué a Málaga (y seguramente desde hacía tiempo). Puse el canal 24H. Toda la información giraba entorno al desgraciado accidente del Alvia en Santiago de Compostela. Entonces me sentí como un capullo integral al ver tanta desgracia mientras yo me desquitaba de mi fracaso escénico del día con una cerveza congelada, como si eso fuera realmente importante.

Ante un accidente de tal magnitud es imposible, si uno tiene un mínimo de sensibilidad, no ponerse en el lugar de los familiares que sufren la tragedia. Entonces pensé en mis hijos, en mi familia y en todas aquellas personas a las que quiero.

Me tomé dos cervezas más mientras las noticias cada vez me resultaban más desagradables. De repente, lo que se suponía que era información se me empezó a antojar palabrería innecesaria para llenar minutos de emisión. No me quiero ni imaginar como serían los programas especiales sobre el siniestro, que seguro estaban poniendo en los canales privados, si eso es lo que estaban dando en la televisión pública, a priori, menos amarilla en sus informaciones. Panda de desalmados, la madre que los parió…Del testimonio de una psicóloga especialista en la asistencia a familiares en tragedias del mismo tipo, que detallaba los pasos protocolarios a seguir con los afectados, víctimas y/o familiares, a la descripción milimétrica del momento del desgraciado accidente, con la insistente y obsesiva repetición de las imágenes captadas por las cámaras instaladas sobre el tramo de vías, en donde se veía descarrilar al tren, todo ese circo era innecesario, putrefacto y execrable.

Fuera, lo quité. Hubiera deseado no verlo, leerlo tranquilamente en el periódico para no tener que soportar la vacua palabrería del presentador. Por qué no apagué la tele antes no lo sé, tal vez porque la basura televisiva tiene un perverso y fuerte enganche que anula la capacidad crítica y la poca o mucha decencia que contiene nuestra humanidad. Como dije, aunque tarde, conseguí apagar la tele.

Pornografía: La muerte de esa pobre gente retransmitida una y otra vez, quizá para que aquellos que lo estén viendo se sientan afortunados por seguir aquí, vivos y tranquilos al intuir que, al día siguiente, van a despertarse (o quizás, como dice mi amiga Esther, “compiten unas con otras, como compitieron, a los dados, por las ropas del crucificado los soldados que lo vigilaban, todo por conseguir el mejor share de la noche”. Disculpadla, esto seguro que no es así, solo su deleznable y calenturienta mente podría pensar en cuotas de audiencia ante semejante tragedia humana. Mira que si tiene razón…).

Me cago en todo, pensé. Mi mala hostia iba en aumento, ya sin la compasiva cháchara televisiva. Y lo sentí mucho por aquellos que sin saberlo se subieron al tren de su muerte. Y pensé que la tele es una basura infernal. Y pensé que debo ser más agradable con los que me rodean y en especial con los que esperan para saludarme después de una representación.
Y pensé que debo perdonarme más y perdonar más a los demás. Y pensé que debería ir a las comidas que mis maravillosos compañeros de gira organizan con la voluntad de disfrutar y conocerse mejor, y no apartarme hurañamente como hago siempre, como un gilipollas.
Y pensé que no está nada mal querer que las cosas sean mejores, pero que hay que saber que todos hacemos lo que podemos… Y pensé que estaba bebiendo demasiado y que no quería meterme en la cama con un pedo del quince maldiciendo al mundo.

Ayer me enteré que Raquel, compañera mía en un montaje de hace unos cuantos años y que está muy enferma desde hace tiempo, padeciendo una terrible enfermedad, tuvo una crisis de la que parecía que no iba a salir. Sin embargo, por lo visto, los ovarios de esta tía están hechos de acero, valor y coraje, valores que si echo la vista atrás y pienso en ella, eran su rasgo característico sobre el escenario y fuera de él, aunque ciertamente traté poco con ella fuera del teatro, a pesar de apreciarla mucho.

Pienso que la vida es tremendamente injusta y jodida y no sé cuándo tendré que contarle a mis hijos que básicamente vivir, es sobrevivir día a día, a ser posible, sin joder a los demás. Tal vez no lo haga nunca, por esa cobardía que los padres tenemos para contar la verdad a nuestros hijos.

O tal vez les diré que no lo supe hacer mejor. Que soy un tipo antipático aunque a veces logre disimularlo. Que si quieren ser mejor personas lo suyo es que tiren el puto mando de la tele a la basura como medida preventiva para mantener la cabeza en su sitio. Que pasarse la vida viendo series robadas en internet es tan inútilmente productivo como mear desde un sexto piso, pero que si lo hacen, allá ellos. Que tal vez si Blancanieves hubiera practicado el sexo anal o simplemente no se hubiera hecho la estrecha, la vida sería mejor. Y sobre todo, que nunca sabes si este tren será el último y que por eso, todo lo que tengan que decir y amar, que lo digan y lo amen ahora.

A la memoria de las víctimas del Alvia.
Ánimo Raquel. Muchos pensamos en ti y queremos que te levantes.

Salud amigos.

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