La navidad que me mata. La navidad que me gusta

Ignasi Vidal

Se acercan las Navidades (comercialmente empezaron hace un mes) y como cada año un cúmulo de nuevos y buenos propósitos y deseos de cambio afloran en nuestro fuero interno. Posiblemente, tal y como está la situación en nuestro país, preso aun de una brutal crisis que parece no tener fin, el deseo de cambio en el plano económico sea el pensamiento común de todos (siempre hay excepciones, sobre todo para aquellos que depositan su dinero en cuentas ocultas en paraísos fiscales) Desde luego falta nos hace.

Según leía en un medio de comunicación, durante estas Navidades cada español gastará de media 520 Euros. Esto significa una disminución en el gasto por habitante de entre 117 y 125 Euros respecto a la media de gasto del pasado año. Llama la atención este dato que afecta negativamente al consumo y de la que se quejan, lógicamente, los comerciantes. Es una desgracia y más si tenemos en cuenta que el número de personas en nuestro país en edad de trabajar que se mantiene con menos de 470 Euros al mes (lo de mantenerse es un eufemismo) va en aumento mes a mes, es decir, que hay mucha que ni siquiera se plantea cuánto va a gastarse en estas fiestas porque sencillamente no puede.

Sin embargo es Navidad, aquí está, a la vuelta de la esquina y uno en estas fechas no para de romperse los cascos pensando en este o aquel regalo, en si es lo oportuno para él o ella, en si llegaré a tiempo para encontrar aquel producto… Es el estrés propio de estas fechas y no precisamente por la preocupación de no disponer del poder adquisitivo necesario, sino por el siempre loable deseo de agradar al obsequiado.

Luces, en todas partes hay luces, música en las avenidas sonando por megáfonos que la convierten en algo inaudible, molesto incluso. Apenas es posible reconocer de qué canción se trata cuando, sepultado entre la muchedumbre en peregrinación al Corte Inglés (el verdadero símbolo unitario de identidad nacional) a uno le resulta familiar un compás de la melodía, perdiéndose ésta enseguida por la deficiencia de la escucha.

Coches. Todas las calles principales de nuestras ciudades se colapsan con un tráfico que hace la atmósfera irrespirable y pone realmente difícil cambiar de acera, incluso con el semáforo en verde.

Y como no, el rey de las fiestas: El teléfono móvil con sus mensajes de texto, que en muchos casos ni siquiera son personales, sino que han sido enviados a discreción a un sin fin de receptores, inundando de impersonales y masivas felicitaciones tu terminal, que en muchas ocasiones pertenecen a personas de las que tienes un vago recuerdo (o ninguno). Por supuesto que también los hay que son recibidos con ilusión porque el simple contacto con algunas personas nos alegra el día, aunque sea a través de un mensaje de texto, pero para desgracia nuestra (mucha gente aún no ha reparado en ello) la mayor parte de esos mensajes están escritos con ese particular léxico con el que se escribe hoy en día y que me niego a descifrar (ya no digamos a utilizar. No sé, ni quiero saber) en lo que podríamos llamar el festival de la “K”, letra que en nuestra lengua realmente sólo puede encabezar palabras como Kilo o Kilómetro, pero que hoy sustituye a la “C”. O también podríamos llamar “crónica anunciada de la muerte de la h”, letra a la que le quedan cuatro telediarios por tener la mala suerte de haber nacido muda. Hay quien dice que este fenómeno es propio de las lenguas vivas y que se trata de una evolución del lenguaje. Permitidme que lo ponga en duda: yo creo que se trata del deterioro y la posterior muerte de lenguaje escrito, lo que nos llevará a la larga a no poder leer nada que entrañe cierta dificultad. Una pena, pero ése es asunto para otro futuro post.

Visto desde esta óptica la Navidad se ha convertido, para mí, en un mal trago que debo intentar pasar lo más rápidamente posible. Pero por mi condición optimista, me esfuerzo en encontrar un asidero y no hace falta rascar mucho para descubrir que aún hay algo por lo que vale la pena que lleguen estas fechas: Lo más importante y que posiblemente ningún invento por ingenioso que sea o ninguna moda podrá sustituir: La familia (y algunos amigos).

Sentarse alrededor de una mesa con la gente que quieres y que realmente te importa. Charlar con la televisión apagada para no envenenarnos con esos infumables especiales de Navidad. Los Turrones, que este año, después de unos cuantos fuera de Barcelona, volverán a ser de la Sirvent de la calle Parlamet. La cara de felicidad de los más pequeños, ilusionados con el árbol de Navidad, con cada pequeña lucecita, bola de colores o guirnalda y todo esto tiene su éxtasis en la inmensa olla que mi madre prepara en estas fechas para ofrecernos los magníficos “galets” y la “carn d´olla” y en mi afición favorita de cada año que no es otra que acostarme después de las doce campanadas, uvas incluidas, con el firme propósito de levantarme a la mañana siguiente para ver el famoso concierto de año nuevo, concierto que irremediablemente me pierdo todos lo años porque nunca me levanto a tiempo.

Yo creo que la Navidad debería ser algo espiritual, y no me refiero al hecho religioso del evento (hasta los católicos saben con seguridad que Jesús de Nazaret no nació en Diciembre, aunque quien quiera creerlo está en su derecho) sino a algo que deberíamos encontrar en la esencia del ser humano: la necesidad de estar cerca de los nuestros, compartir momentos de calma y alegría con los seres queridos y eso pasa indefectiblemente por el calor y la intimidad del hogar y no por el alboroto que año tras año va en aumento en las calles de nuestras ciudades. Calles infestadas de luces, música, árboles de Navidad gigantescos por doquier, regalos, regalos, regalos… todo eso no sirve para nada más que para vestir la Navidad de falsa felicidad para fines lucrativos. ¿Tanto negocio tiene sentido? No lo creo, y si no que se lo pregunten a todos esos conciudadanos que no pueden pensar en gastarse esos 520 Euros de media por habitante porque sus ingresos mensuales están por debajo de esa cifra.

En fin, hay que desear que la economía repunte o que al menos aquellos que no puedan entrar en el selecto grupo de los que gastan la dichosa media de 520 Euros, entren, al menos, en el indiscutiblemente más reconfortante grupo de los que viven estas fiestas en el calor del hogar rodeado de los suyos. Y los demás, también.

Eso sí, aprovecho el momento para felicitar las Navidades a todos los lectores de Teatro a Teatro y en especial a los que habéis hecho que este blog se consolide. También quiero felicitar las fiestas, en un aparte, a Óscar Herranz por haberme dado la oportunidad de escribir en este espacio sin ningún tipo de consigna preestablecida ni cortapisas. Espero seguir haciéndolo en el futuro.

Lo dicho, feliz Navidad a todos.

Salud, amigos.

Facebook Comments
Valoración post