Las revoluciones personales: Crítica de “Maribel y la extraña familia”

CRÍTICA: Julio y Agosto en el Teatro Infanta Isabel

Uno de los grandes éxitos de la temporada.
Estuvimos viendo el último montaje de Gerardo Vera, sobre la famosa comedia de Miguel Mihura.

La penúltima estación de Gerardo Vera fue la dirección del Centro Dramático Nacional. Allí estuvo hasta 2011, cuando le dieron puerta o se la dio él. Lo había hecho todo ya, y podría haberse quedado disfrutando la sombra calma de los experimentados. Pero no: se revolucionó a sí mismo, como tantas veces antes. Cogió aire trabajando más y se apuntó a Grey Garden. Es una productora, y tiene un objetivo de todo menos complaciente: conciliar calidad y taquilla. ¿Revolución utópica? Ya veremos. De momento, han levantado “Maribel y la extraña familia” en el Teatro Infanta Isabel de Madrid y al montaje, todo acierto y comicidad, lo va la gente a ver. A pesar del verano.

La enésima revolución personal de Gerardo Vera tenía que concretarse en algo especial, y “Maribel…” lo es. Querido mucho por Miguel Mihura como su trabajo más acabado, el texto contiene todos y cada uno de los indicios que señalan a don Miguel como el renovador, qué digo, el revolucionario, del teatro cómico español: la travesura semántica, la aceleración rítmica, el fondo satírico y las briznas de absurdo. “Maribel y la extraña familia” no tiene revolución, pues, sólo por la parte de Vera; también por la de Mihura. Lo mejor es que no lo parece: el Madrid pintado de gris de los cincuenta, un chico de pueblo, una chica avispada, dos viejas y tres putas. ¿Subversivo, eh? Pues sí.

Marcelino (muy acertado Markos Marín en los pliegues inocentones y pesarosos de su personaje), epítome de pueblerino, conoce a Maribel en un burdel (o casi). Se enamora porque tiene ganas y Maribel (sobresaliente Lucía Quintana) le sigue el rollo, que para eso es lo que es. Pero Marcelino va rápido, que le pesa un pasado que olvidar, y pronto la mete en casa para presentarle a su madre Matilde (tiernísima Sonsoles Benedicto) y a su tía Paula (que Alicia Hermida interpreta con brillantez simpática). Maribel modernamente alucina, pero poco a poco le engolosinan el trato fácil y el candor de la familia. Se aleja poco a poco del oficio, mas es férrea la fraternidad de las prostitutas, y le cuesta desprenderse de tres amigas, que le quieren romper el sueño, aunque con buenas intenciones: son Rufi, Pili y Niní (garbosas Elisabet Gelabert, Chiqui Fernández y Macarena Sanz).

La dirección perfecta en tono y tiempos de Gerardo Vera, la escenografía elegante y vaporosa de Alejandro Andújar o las coreografías de Chevi Muraday, junto al buen trabajo interpretativo que he espigado/explicado en el párrafo anterior acaban por redondear una comedia fina, sólida, saboreable. E insisto, revolucionaria. No sólo por quién la escribió y por quién la ha montado; también por su tema. Entre suspense y despreocupación, desliza una lección valiosa e insurrecta: que la revolución personal es la única revolución válida. Así Mihura y su vida volcada en la escritura; así Vera y su pasión inasequible por su oficio. Así Marcelino y Maribel, víctimas y artífices de la mayor revolución personal que existe: el amor, al que siempre importa más el futuro que el pasado.

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