Los «Malabares» de Rolando Villazón

Ignasi Vidal

Rolando Villazón es conocido en el mundo entero por ser uno de los más importantes tenores de los últimos diez años. Para mí, lo extraordinario en este artista, dentro de lo estrictamente operístico, más allá de su amplísimo repertorio, que abarca desde lo mozartiano a lo belcantista o lo lírico, es su particular e incuestionable calidad actoral.

En el año 2007, compré por casualidad un DVD de una producción para Le Gran Teatre del Liceu, de la ópera L’elisir d’amore”, magistralmente dirigida por Mario Gas en 2005 con María Bayo y, por supuesto, con  Rolando Villazón. Recuerdo que al finalizar el primer acto de la función quedé impresionado por la particular manera en que actuaba este tenor. Su cuerpo entero era un perfecto molde expresivo para la emoción sin perder ni un ápice de calidad en su voz, grandísimo mérito si se tiene en cuenta la partitura del rol principal que defiende, Nemorino, especialmente complicada, no sólo por los rasgos aún propios del Bel canto que implican la perfección en la ejecución de las exigentes coloraturas en esta partitura de Donizetti, sino también por la cantidad de arias que el personaje tiene que interpretar de principio a fin, que como es bien conocido, acaba con la preciosa “Una furtiva lagrima” que Villazón se ve obligado, por si fuera poco, a repetir a petición del respetable.

Después de ese visionado en casa estaba seguro de que jamás había visto a un artista semejante. Una especie de clown con una voz extraordinaria. Toda una rareza.

Empecé a interesarme por la vida de este tenor y al poco descubrí que el tipo en cuestión era, efectivamente, clown profesional, razón por la que a pesar de su apuradísima agenda, le da tiempo a visitar, por poner un ejemplo, hospitales para hacer las delicias de aquellos niños que se encuentran ingresados por lamentables problemas de salud, ataviado con su uniforme de payaso y la pertinente nariz roja.

Y es aquí donde empieza la verdadera razón de este, mi primer post en Max, no te pongas estupendo.

En una entrevista que vi de archivo, el propio Villazón explica que aprovechando una fatal lesión en su aparato fonador, allá por el 2010, que le dejó fuera de los escenarios durante un año entero, escribió una novela tituladaMalabares”, sobre dos payasos que escriben en un cuaderno azul la historia invertida de sus vidas.

Lo compré, por supuesto y hace unos días acabé de leer el que posiblemente sea uno de los libros que más me haya enseñado sobre el significado de vivir con todas sus consecuencias, desde un punto de vista artístico, por supuesto, pero sobre todo desde el plano vital, humano, místico, espiritual.

Estamos ante una novela que le plantea al lector qué hacemos con nuestra existencia dentro de un mundo que no se detiene y al que nosotros mismos hemos acelerado por miedo a enfrentarnos a nuestras propias debilidades. O no debilidades, tal vez alegrías que somos incapaces de disfrutar porque nuestra voracidad consumidora nos obliga a deshacernos rápidamente de éstas e ir a por otras. Cuestiona y obliga a reflexionar hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar al contacto con los demás, al afecto con nuestros seres queridos, a una paz interna y equilibrada basada en la solución imaginativa a cuestiones existenciales que son barridas por la ambición y el deseo de triunfar a cualquier precio ¿Pero triunfar qué es?, ¿alguien lo sabe?.

Esta bella historia sobre el éxito, la fama, el amor, el desamor, la amistad, la soledad, la confianza, el miedo, el arte, la opulencia, la austeridad, la existencia o no de dios, de un dios, de algo, lo que sea, no es sólo una novela magistralmente escrita con una sensibilidad de autor rotundo y genial que a la vez deja al descubierto una auténtica humildad como ser humano que desarma al lector a cada página que pasa; es también un tratado de filosofía inmenso, lleno de sabiduría de un cultísimo hombre de mundo que parece haber hallado la paz y un equilibrio interior completo mediante esta narración, en el regreso de sus personajes centrales, a lo más simple, a lo más pequeño pero al mismo tiempo extraordinario, como son las emociones al desnudo de quien al terminar de construir el puzle de un suceso olvidado de su niñez, descubre, que el mundo puede estar constituido a la vez, por otros mundos paralelos donde es posible vivir otras experiencias y realidades mientras la sensibilidad se desarrolle sin límites y con respeto al factor humano. Viene a decirnos que podemos ser muchas cosas, que es injusto ceñirse a lo impuesto, por uno mismo o por la sociedad. Que hay que volar, pero eso sí, sin traicionarse, cosa harto difícil en un mundo lleno de trampas para lo incautos que solemos ser los que vivimos.

Rolando Villazón no es sólo un artista polifacético, cantante, clown, actor, dibujante, escritor… Es mucho más: es un extraño y genuino ejemplar de mago, heredero de Miguel Ángel, de Leonardo Da Vinci, de Rafael, proveniente de un refinadísimo universo renacentista, gracias al cual, vale la pena seguir creyendo que el arte aún alberga sorpresas a pesar de las toneladas de mierda que la sociedad de consumo vierte sobre nuestros anestesiados cerebros, sometidos a la tiránica práctica del usar y tirar, usar y tirar, usar y tirar…

Sí, amigos, Malabares es una novela magnífica e imprescindible para cualquier aficionado a la lectura ávido de nuevas y extraordinarias sensaciones, dispuesto a que su suelo se tambalee y su interior se remueva.

Tuve un magnífico maestro de teatro, Carlos Lasarte, que una vez me dijo que los libros que uno realmente necesita son aquellos que le aportan una enseñanza, una nueva manera de ver el mundo, de forma que nos transformen y nos hagan ser mejores personas, con menos miedos y más ganas de vivir. Esas palabras fueron las que me vinieron a la mente al terminar de leer la última página deMalabares

Desde hace unos días voy andando por la ciudad asomándome a las librerías para ver si tienen cuadernos azules para escribir sin temor y encontrar esos mundos paralelos que todos tenemos derecho a descubrir .

Desde aquí declaro mi admiración por Rolando Villazón, no sólo por poseer una voz y una condición actoral que envidio muchísimo, ni por ser un extraordinario escritor que bien podría incluirse en la nómina de los más grandes novelistas de la actualidad, ni siquiera por ser el artista más singular y magnífico de cuantos he conocido o seguido, sino por la humanidad, la humildad y la autenticidad que desprende todo lo que hace, ya sea sobre los escenarios o sobre el papel.

Gracias por este regalo, señor Villazón.

Salud, amigos.

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