Magister et amicus

Enrique R. del Portal

Educar es lo mismo
que poner un motor a una barca,
hay que medir, pensar, equilibrar…
y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino,
un poco de pirata,
un poco de poeta,
y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes, hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.

Luis Cernuda.

Supongo que ya lo sabéis. A estas alturas en una obviedad que soy un tipo tristón, con tendencia a contarle mis tonterías a la gente, y con cierto riesgo de ser aburrido. Sí, lo reconozco, pero no creáis que voy así siempre por la vida. En esencia soy bastante feliz, en la medida que se puede hablar de felicidad, pero he visto realizados más deseos en mi vida de los que se han truncado, así que al hacer libro de contabilidad, tengo más en el haber que en el debe, pero sobre todo, estoy agradecido a la vida y a mucha gente que ha pasado por ella.
Esto viene a cuento, de que cierto canal de televisión, está haciendo una campaña, en la que presentadores, y personajes populares, agradecen la influencia que sobre ellos produjeron sus profesores. Y este es mi caso (no el ser famoso o popular); otro de los aspectos en los que me siento muy afortunado, los maestros con los que me encontré, que intentaron, además de inculcarme sus conocimientos, hacerlo de forma agradable, curiosa, divertida, dándole a la forma de su docencia tanta importancia como al contenido.

Mi primera maestra fue Lolita, de la que nunca he sabido el apellido. Estuve con ella en el pre-escolar y en 1º de EGB (No sé qué equivalencia tendrá en nuestro mutante sistema educativo actual) Ella me enseñó a leer, a contar, y el primer interés por las historias de la Historia y por los cuentos. Acostumbraba años más tarde a visitarme en mis actuaciones, y yo, lleno de emoción, la presentaba a mis compañeros.

Esto sucedió en los primeros años setenta, en un pequeño colegio concertado del barrio de Carabanchel, el “Virgen de Ronte” que pertenecía a una familia dedicada tradicionalmente a la enseñanza, los Martín Maestro. La matriarca era doña Petra, a la que los niños cariñosamente llamábamos doña Petrita. Sus hijos, Mayte y José, se encargaban de la jefatura de estudios y el área de ciencias, respectivamente. Pasé con ellos mis primeros años, y llegué a tenerlos un cariño excepcional, que me ha hecho intentar mantener algo de contacto durante todo este tiempo, al menos intentando saber de ellos. Tenían contratados otros profesores; Charo, que nos enseñaba lengua y francés, Marisa y Mª el Carmen, encargadas de la historia y sociedad. De ellas no he vuelto a tener noticias, pero las recuerdo como parte entrañable de mi infancia.

Cursé el bachillerato en el madrileño Instituto de San Isidro, en cuyo claustro pasé momentos estupendos de aquellos años ochenta. Guardo también un amable recuerdo de los profesores que tuve entonces. Entre los nombres que no he olvidado: René von Aboult, excelente maestro multidisciplinar, que me inició en el interés por la Filosofía; Alfonso Bullón de Mendoza, Isabel Belmonte y Manuel Chaguaceda, con los que estudié historia; Josefina Marqueríe, de dibujo; Mª Ángeles García Weruaga, que confirmó mi vocación filosófica y me animó a estudiar la carrera; Enrique de Vicente, que me aprobó el último examen de matemáticas, pudiendo suspenderlo, gracias a una frase de “La Revoltosa”; Carmen Arróspide, que toleró con infinita paciencia mi poco talento para las ciencias físicas; Elena Díaz Felipe, que consolidó mi amor por el Francés; Rosario Aguado; que intentó con infinito optimismo, que nos entusiasmase Commentarii de bello Gallico; Enrique Avilés, Fernando Fandiño, Antonio Romero y Rosario Lozoya, que me impartieron lengua Española y Literatura, y despertaron el amor que siento por las palabras; y Mª Ángeles Martin, que desde su cátedra de Griego, me ayudó a comenzar la vida de adulto que tenía enfrente.
Mi paso por la Universidad fue breve. No terminé la carrera de Filosofía que comencé con entusiasmo, muy a pesar de los consejos que me dieron en el instituto. Y es totalmente culpa mía, pero he decir en mi descargo, que prácticamente todo mi tiempo lo dedicaba ya a la música, alternando mi trabajo en la Compañía Lírica Española con los estudios en el Conservatorio; no pude con todo. De esta época recuerdo a Quintín Racionero, que además de ser un excelente filósofo y profesor, era una gran amante de las artes, y admiraba mi dedicación a la música y el teatro. Tuve la suerte de estudiar Lógica con Enrique Garrido y su esposa Carmen García-Trevijano Forte; José Adolfo Arias, Juan Luis Winkow…

De todos conservo un gran recuerdo. Creo que ayudaron a convertirme en lo que soy (no sé si bueno o malo….). Cuando se habla tanto de la crisis de la enseñanza y el fracaso escolar, tengo que decir que fui muy afortunado, y que en mis maestros y profesores, encontré un gran apoyo de formación, y que en muchos casos, se convirtieron en amigos en los que podía confiar y buscar ayuda, fuera incluso de las asignaturas que tenían encomendadas. Incluso el proverbial mal humor de Salvador Mañero, en aquellas tardes interminables de clase de Ética, son ahora una anécdota grata que me trae una sonrisa al volver a la memoria.
Desde aquí mi más sincero y dedicado homenaje. Gracias.

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