¡Malditos clásicos! (Crítica de Cyrano de Bergerac)

CRÍTICA: Marzo, en el Teatro Victoria de Madrid

Dirigido por Paloma Mejía.
Ayer salimos del Teatro Victoria de Madrid con ganas de emular a mi amigo y gritar “¡Malditos clásicos!”.

Yo tengo un amigo que tiene por costumbre gritar “¡Malditos clásicos!” cuando acaba una película, ya sea de Woody Allen o de Clint Eastwood, pasando por Hitchcock, Welles, Ford y muchos otros. No es un grito de envidia, o sí, pero de envidia sana. Es más bien admiración, la que surge al comprobar hasta qué punto la genialidad es previsión: ver tan por delante que el minutero no añada arrugas a lo escrito, sino fuerza. Yo ayer salí del Teatro Victoria de Madrid con ganas de emular a mi amigo y gritar “¡Malditos clásicos!”. Acababa de ver “Cyrano de Bergerac”, la obra que Paloma Mejía y su compañía están representando durante este mes de marzo, sobre el texto teatral de 1897.

La obra escrita por Rostand ha sido exitosa desde el momento en el que se estrenó, hace casi 120 años, y me parece que la razón es su protagonista. Todos hemos querido alguna vez ser ese Cyrano, hábil con la espada, ingenioso en el desplante, genial en el requiebro. Más allá de la superficialidad, a ninguno, en momentos concretos, nos hubiera importado tener su nariz si al mismo tiempo teníamos su honor, su lealtad, su nobleza, su amor desprendido y desgarrado. Porque Cyrano es la clave de Cyrano tiene la importancia máxima la interpretación de Nelson Dante. Su voz poderosa y ligeramente rasgada y su gestualidad potente e y controlada son un trabajo magnífico y aportan su fuerza tanto al prototipo del fanfarrón tierno, como al montaje en su conjunto. Fidel Betancourt, en el papel del Christián guapito y torpe de verbo y Silvia García, la Roxana buena pero ciega a lo evidente, están a buen nivel; el trabajo de Dante, sin embargo, absorbe toda la atención cuando está en escena.

El texto de Cyrano tiene, a mi juicio, menos cosas que mejorar que el de “Los Miserables”. Pero, como en ese montaje, el trabajo dramatúrgico y escénico de Paloma Mejía refuerza las virtudes de los textos y subsana sus debilidades. Vuelve a destacar el magistral manejo del espacio escénico, que en esta ocasión se traduce en una mayor complicidad con los espectadores. Pero también, de nuevo, el dominio de las transiciones y el reloj, es decir, una notable sabiduría del ritmo, que es precisamente la herida por la que se desangran muchos montajes. La música es otro elemento clave en la propuesta de Mejía: aplicada con la misma heterodoxia que caracteriza su aproximación a lo clásico, reviste lo cómico y lo dramático de una especial atmósfera.

Cyrano de Bergerac” tiene programadas cinco representaciones más hasta finales de mes: viernes y sábados, a las 20 horas. Es una buena oportunidad para ver un buen trabajo alejado de los grandes presupuestos; y si no te gusta, cosa que dudo, al menos habrás aprendido unos cuantos versos para ligar. ¡Malditos clásicos, qué bien le hablaban a las chicas!

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