Me gusta la zarzuela. Supongo que esta afirmación me aleja de la generación siguiente a la mía, y me acerca a la anterior, pero aunque tenga un innegable componente nostálgico y familiar, me gustaría defender desde un punto de vista estético y musical, este género.
Es evidente que la zarzuela ha perdido el puesto relevante que tenía como teatro musical popular en España, y es desde hace ya veinte años la comedia musical, más coloquialmente, el musical, el género que ocupa este título. Parecería absurdo, prácticamente imposible, que algún título como "Luisa Fernanda" o "La Bruja", compitieran en la cartelera con "El Rey León", o "Los Miserables". Pero me gustaría analizar porqué esto no sucede, y dejar claro que, en mi opinión, no es por demérito de las zarzuelas, sino por la forma extremadamente torpe y anticuada en las que éstas han sido puestas en escena en los últimos cincuenta años aproximadamente.
Salvo honrosas excepciones, de teatros públicos o algún empresario que ha confiado en directores con criterios teatrales renovadores, la producción lírica española, se ha ido encallando en una estética y una ética absolutamente desfasadas. Intentando buscar la esencia o pureza del género en unos valores trasnochados que, muy probablemente, no tuvieron ni los propios autores.
Así, se ha hecho virtualmente imposible admirar la fuerza, el drama y el lirismo de, por ejemplo, "La Tabernera del Puerto" o "Los Gavilanes"; la comicidad de "El dúo de La Africana" o "La Mala Sombra"; o la delicadeza de "El Rey que rabió", "Jugar con fuego" o "Los Diamantes de la Corona". A base de reducir las exigencias artísticas y de producción, a día de hoy, se representa nuestro teatro lírico en unas condiciones totalmente deplorables; con recursos humanos insuficientes y poco adecuados, sin criterios de dirección escénica, sin propuestas dramáticas. Y lo que es peor, de esto se ha hecho un valor y un mérito entre los profesionales de la zarzuela. Auténticos culpables de que hoy en día, se haya identificado de forma indisoluble, el género con esa forma de representarlo.
Cuesta mucho trabajo poner en pié un título de zarzuela. Normalmente hay que disponer de una compañía compuesta por equipo técnico, coro, orquesta, en muchas ocasiones cuerpo de baile, solistas y directores. En total estamos hablando de más de cien personas, para que la representación cumpla unos requisitos mínimos. ¿Cuál es el problema? Que con carácter histórico, la industria de este género casi siempre ha estado en manos privadas, y el empresario, lejos de mimar el producto, ha ido desvirtuando la producción teatral hasta convertirla en una caricatura. Ante la ausencia de medios y de criterios artísticos, se ha creado un falso purismo, que supuestamente, evoca los deseos del autor y del público, pero ¡del público de la época en que se estrenó un título en cuestión!, llegando esto a crear, como es fácil suponer, verdaderos disparates escénicos.
Pese a todo, no pierdo la esperanza de que el público joven, llegue a entrever entre tanta decadencia, la verdadera esencia de un género, que está lleno de matices, estilos y colores distintos. Si conseguimos no quedarnos en la superficialidad de las estampas regionales, o de las melodías mal acompañadas, o el vestuario pintoresco, descubriremos, dramas, comedias, situaciones de absoluta actualidad y tremenda modernidad. Una música, sí, muchas veces hija de su tiempo, pero que bien interpretada suele ofrecer una gran riqueza lírica. Un teatro musical, en suma, que bien podría haber competido con el musical americano o inglés.
Si no se hubiera roto el ciclo de composición, si las compañías privadas, en muchas ocasiones y paradójicamente en manos de autores, hubieran apostado de otra forma por esta expresión del teatro musical, estoy seguro de que la cartelera madrileña, y aún la española, serían completamente distintas. Quizá es fruto de nuestro carácter español, tan dado a despreciar lo propio, o la proverbial falta de educación musical de nuestras escuelas. Sea como fuere, es trágico que un espectador medio, e incluso un profesional “de esto” entiendan que para montar, por ejemplo, "La Bella y la Bestia", haga falta un gran capital y una infraestructura teatral complejísima y sin embargo, para poner en pié un título como "Doña Francisquita", baste un decorado de papel envarillado, cuantos menos ensayos mejor y lo imprescindible para sacar el bolo adelante.
Nada más lejos de la realidad. Y nada más cerca de la realidad.