Poeta en Nueva York, de Rafael Amargo

CRÍTICA: Desde 23 agosto Teatro Compac Gran Vía de Madrid

Poeta en Nueva York.
Vuelve a la Gran Vía Poeta en Nueva York, el espectáculo que situó, en su estreno, al granadino Rafael Amargo como uno de los referentes de la creación escénica y del baile flamenco.

Crítica de José Ángel Janeiro.

Hondura, belleza, talento. Sobre todo, un inmenso talento. Talento para expresar la sensualidad, la locura, el amor, la compasión, la vida, la muerte… Pájaros de cristal que sobrevuelan los perfiles de hormigón y acero que, majestuosos, se yerguen sobre la gran ciudad, y que solo el poeta, el gran poeta, es capaz de esbozar con su desbordante paleta de silencios y voces.

Da igual cuál sea su logos, el verbo, la danza, los acordes de una guitarra. Da igual el poeta. García Lorca o Amargo. Rafael o Federico. El lenguaje simbólico del texto, único, universal, es destilado esta vez por el talento incuestionable de una compañía llamada también a la inmortalidad, la de la memoria, al menos, de aquellos que sentados en el patio de butacas del Teatro Compac Gran Vía, levitamos sobre el vasto mundo creativo de este «Poeta en Nueva York«.

A través de la palabra, del cante, del baile nos adentramos por los recovecos, y las calles, por los puentes y los bulevares de esa Gran Manzana que en el año 1929 recorrieron los pasos tranquilos de Federico García Lorca. Wall Sreet, Broadway, el Hudson, East River, Columbia, todo se levantaba ante la mirada atenta del poeta. También el crack, la pobreza, el consumismo y la muerte, la muerte siempre acechante detrás de cualquier banalidad. Todos esos paisajes, mitad urbanos mitad del alma, conforman también la atmósfera de este fantástico espectáculo de Rafael Amargo. Una mezcla brillante de poesía y baile, de música e imagen, de noche y de día.

Es difícil mencionar algo que destaque sobre el conjunto, no por falta de brillantez, sino porque todo late a un ritmo uniforme, excepcional. Pero mi propia debilidad humana, demasiado humana, me lleva a ensalzar el diseño del vestuario, o la actuación de alguna de las bailarinas, o la extraordinaria fusión del mejor folclore gallego con el flamenco en La Cabaña del Farmer, o alguna de las deliciosas voces, o la recitación mágica de Joan Crosas en esa Oda a Walter Whitman, al más grande, al irrepetible cantor del hombre, del nosotros, del yo.

Y para terminar, como guinda final, todo el color del hombre en la vieja Habana, todo el color de la vida, de la fiesta, de la alegría. Y el público, de pie ya, rendido por completo al hechizo del baile, de la poesía, del flamenco.

Gracias infinitas, Rafael Amargo, por acercarnos tanto a esta cumbre, tan alta y difícil de alcanzar, que levantó para siempre el talento de Lorca.

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