La oscuridad de una escalera. La duda. La angustia. ¿Está todo en su sitio? ¿Cómo era eso que contesto ahí cuando él dice…? Vamos, por favor… lo has repasado mil veces. ¡No puedes fallar!.
¿Y si fallas? ¿Qué haremos? ¿Y si se para la función por mi culpa? Piensa rápido en una segunda opción, algo a lo que agarrarte con tal de que todo continúe, aunque tú hagas un poco el ridículo. Tranquilo, por dios, no estás solo, tienes compañeros que te sacarán del embrollo… ¿Y si no pueden o no saben? Tengo que calmarme… tengo que confiar en el trabajo hecho… o sino en el instinto de supervivencia, ¿verdad? Siempre que te ha pasado algo has encontrado la forma de salir adelante. ¡Vamos, por favor!.
Recupera el pulso. ¡Y no pienses más! Venga, vamos a escuchar la función… eso es, escucha a tus compañeros, al menos así apartarás de tu mente este infructuoso y esquizoide diálogo interno.
Tal vez deberías haber trabajado más. Tal vez debiste repasar más veces no sólo el texto, sino los movimientos, la línea de pensamiento de tu personaje… Pero espera, si estás demasiado pendiente de eso luego pierdes la permeabilidad y la capacidad de escuchar… eso es: escucha a tu antagonista y él siempre te dará la clave de lo que debes hacer. Casi todo está mecanizado, ¡lo tienes mecanizado! ¡Joder! Confía en la costumbre, en esa segunda vida que conoces perfectamente, en esa segunda respiración… ¿Quién habrá venido hoy? ¿Quién hay en el patio de butacas? ¡Qué más te da! ¡Tú a lo tuyo!
Si pudiera parar la cabeza… ¿Pero cómo? Yo no valgo para esto. El crítico aquel tenía razón, y aquel profesor gilipollas de interpretación también: puedo llegar a cumplir sin molestar demasiado, pero siempre seré un actor mediocre y sin brillo. Y estoy convencido de que gran parte de culpa la tiene mi cabeza, esta mente siempre llena de dudas y de masturbaciones cerebrales que no me deja mantener el foco en algo simple y contundente… ¡Como ellos! Ellos sí que se mantienen firmes. Mírale a él. O a ella. Seguro que no está pensando en nada concreto. Nada más que su primera línea y su estado emocional, su razón para entrar en escena y punto. Y mientras yo aquí enredado en esta turbina innecesaria e incomodísima. ¿Por qué? ¿Por qué no me habré dedicado a otra cosa? ¿Merece la pena este sufrimiento? Siempre igual… cada estreno, cada función importante… y casi todas lo son. ¿No se supone que me dedico a esto por diversión? Aquello de vivir otras vidas, aquello de pulsar el aliento del público, sincronizar tu emoción con la de quinientas personas ávidas de la historia que vas a contarles. ¡Eso es!. Agárrate a la historia. Aférrate al cuento que gobierna la obra y estarás salvado. Piensa que tú no eres importante y sí la narración. Esa es la forma correcta e interesante de pensar. Así descargas esta odiosa responsabilidad que en realidad es solo esclava de tu vanidad, de tu ansiedad por obtener la aprobación y el cariño de… ¿de quién? ¿De unas personas anónimas? ¿De unas almas que ni siquiera conoces pero a las que desesperadamente quieres conquistar? ¿Por qué? ¿De dónde demonios me vendrá esta compulsiva necesidad? ¿Será que he sido un niño muy infeliz y falto de afecto? ¡Qué va! No se puede tener una familia más implicada y cariñosa…. ¿Y si lo que pasa es que he recibido demasiada atención y eso me ha convertido en un pusilánime? Eso es lo que pasa, que voy de tipo duro y en realidad soy un mimado que no tolera ni la frustración ni las dificultades, que si las cosas no están “a huevo” y fáciles me atormento enseguida y agacho la espina en los brazos de la autocompasión.
¿Cómo coño me libraré de esto? ¡Tendría que hacer tres años de psicoanálisis para atacar el problema! ¡Joder! No me vale. No me vale ni mi cabeza ni mis retorcidos hábitos de pensamiento espiral. ¿Qué me vale? Ya sé. El instinto. La supervivencia. Eso es. Busquemos en el corazón, en el origen, en el motor de todo lo que hacemos los humanos. Espera un momento… ¿no es ese el miedo? ¿No es ese el terror? ¿La emergencia? ¿El pavor a dejar de existir? ¿El terror que sentían mis ancestros cuando corrían delante de un bisonte o un oso cavernario hambriento? ¡Venga hombre, la única vez que has sentido tú eso fue en aquella manifestación de estudiantes, cuando te rodeó la policía! Aquello estuvo bien… qué subidón. Bueno, un subidón como el que estoy sintiendo ahora al fin y al cabo.
Si supiera dirigir toda esta energía ahora mismo… Si pudiera decirme: “sal ahí, tío, que te los vas a comer a todos, a los de la primera fila, a los de la veintitrés y al protagonista que te está esperando ahí dentro y qué es un jodido hueso de roer.” Yo esto me lo puedo decir… pero no me lo creo. Son arengas chorras dignas de una cassette de autoayuda. La realidad es la que veo: tengo que enfrentarme a este tipo, que encima es casi mi actor favorito, y que no se me note que estoy acojonado… Me cago en mi existencia…¡Un momento! ¿No es eso precisamente lo que le ocurre a mi personaje? ¿Es envidia esto? ¿Complejo de inferioridad? Da igual, el caso es que eso precisamente es lo que le ocurre al personaje… así que por qué no intentamos hacerlo desde este mismo y preciso sentimiento, desde ti, desde tu alma más pura y reseca, la sensación de miedo, ansiedad y angustia vital del actor…¡Se la prestas al personaje! No tienes que preocuparte de ser lo que no eres, de engañar a esos quinientos escépticos jueces porque vas a ser tú mismo. Ahí lo tienes, ahí tienes tu motor. Y cualquier cosa que te suceda será de él, no de ti. Así es imposible fallar, ¿verdad? Manda huevos que tengas que prostituir tu existencia y tu traumatizada psique para sobrevivir al trance… pero es que ahora mismo esto es lo único que me importa: la función, esta escena, después se puede hundir el teatro, incendiar el barrio, reventar la ciudad entera con una bomba… aquí y ahora es lo único que me importa en el mundo: ni siquiera mi mujer y mi hijo se salvarán, los lloraré en el entreacto pero ahora mismo voy a salir a escena y le voy a decir cuatro cosas al cabronazo del protagonista, que está tan tranquilo, recitando su historia sin sufrimiento y con toda la gracia del mundo, con tranquilidad y placer, como a mí me gustaría hacer. No importa nada. Todo depende de este momento y mi angustia es precisamente lo que voy a sacar ahí, para que la contemplen todos: espectadores y actores, sin importarme lo ridículo, lo triste y lo vulnerable que pareceré. ¡Al menos será verdad! La verdad. Eso es lo que la gente quiere ver en escena… ¿no? Eso es lo que la directora lleva exigiéndome desde el primer ensayo… ¿no? ¡Pues ahora todos la vais a ver! ¡Ahí voy…! Espera… ¿Por dónde van ahora? ¿Qué dice la regidora?: “¡Miguel, joder… ¿Qué haces? ¿En qué demonios estás pensando? ¡Te están esperando en escena! ¡¿Quieres salir de una maldita vez?! “
¡Dios! ¡¿Por qué no me habré dedicado a otra cosa?!