Primavera en la caverna

Salgo de la caverna buscando aire fresco.

En estos días en que los árboles florecen y por los ríos baja cantando el agua fresca del deshielo ya no soporto el calor de la hoguera dentro de la cueva por las noches.

Yo le digo de apagarlo, que ya no hace falta. Con el calor del día la caverna está templada para cuando se va el disco dorado al que ella llama Sol y sale la silueta plateada que cambia de forma y a la que llama Luna.

Pero ella insiste en mantenerla encendida hasta la época en que ya los árboles dan frutos y el Bisonte ha dejado paso al Ciervo. Y yo me achicharro de calor. Y tengo que salir al exterior, donde siempre me encuentro con Hump. A él le pasa lo mismo.

Nos sentamos juntos y no terciamos palabra en todo el rato que permanecemos el uno sentado al lado del otro.

A veces me dice:

-Eh, Nank

Yo le digo:

-Qué, Hump

-Se está mejor fuera

-Sí – contesto yo, pensando que hemos llegado a la misma conclusión por separado. Y me digo, éste es mi amigo, un tipo que piensa las mismas cosas que yo.

Luego me concentro en Luna, como ella la llama. Esta noche está casi redonda, pero no del todo. Mañana lo estará.

Yo nunca me habría fijado en esas cosas si ella no llega a decírmelas. Me extrañaba ver ese objeto luminoso que a veces se mostraba grande y redondo, a veces apenas el filo de un anzuelo de sílex, que algunas noches ni siquiera acudía a la cita aunque no hubiese nubes en el cielo. Me intrigaba. Pero nunca llegué a pensar que ese ir y venir, esa forma de esconderse, asomarse y volver a desaparecer como hacen los chiquillos cuando juegan a ponerme de mal humor y que los persiga, siguiese un ciclo que se repetía constantemente, que nunca variaba. Y que a través dese ciclo podíamos predecir las cosas del futuro: cuando iban a llegar las cosechas, cuando el frío y, con él, el mamut, cuando llegarían las lluvias y las crecidas de los ríos…

Todas esas cosas me las mostró ella. A veces la veo como un ser igual a mí, pero otras veces me parece convivir con un ser de otra especie, que se fija en cosas en las que yo nunca caería.

Eso es muy bueno, porque aprendo mucho, pero tiene sus desventajas. Me tiene todo el día recogiendo las cosas que dejo esparcidas por ahí cuando llego agotado de la caza. Y si traigo barro en las pieles que cubren mis pies, no se me ocurra entrar en la cueva sin desenrollármelas antes porque la tenemos.

Con estos pensamientos vuelvo al calor de la cueva después de despedirme de Hump con un gruñido.

Los tres niños sudan a la trémula luz de las ascuas como si estuviesen poseídos por los malos espíritus y eso me lleva a continuar con mis devaneos de seso.

Y es que esto de la hoguera en noches templadas tampoco lo entiendo. Me tumbo a su lado, noto la humedad de su piel perlada y le pregunto en un susurro si lo hace porque los niños no pasen frío, lo que me parecería ablandar a las criaturas que deben curtirse y hacerse fuertes. Pero me dice que no. Además ella también pasa calor, yo la siento sudar como todos los demás.

-¿Por qué no apagas la hoguera, entonces? – le pregunto una vez más.

-Porque tengo los pies fríos – me responde mimosa.

Se acerca a mí y posa sus pies sobre los míos.

Pego un grito que despierta a los niños y a todos los miembros de la caverna contigua.

-Japuta!!! – mascullo ahogando un segundo grito que hubiese despertado a los de las cavernas del bloque de al lado.

La tía tiene los pies helados.

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