Prostitutas, revoluciones y funámbulos

Jorge de las Heras

Se llamaba Pierre La Fontaine y era funambulista de un circo itinerante. Pertenecía a una generación de funambulistas que se perdía en la memoria. Dicen que su madre le dio a luz sobre el más difícil de los cables: la cuerda floja. Es el más difícil porque al no estar tensado es sumamente inestable. Cuentan que el Circo de los Anochecidos, como se llamaba el circo al que perteneció su madre, actúo en una ocasión en Versalles con motivo del cuarto cumpleaños de un príncipe delfín, el futuro Luis XVII.

Era el 27 de Mayo de 1789. La corte al completo se encontraba en los jardines del palacio. Sobre un palanquín Luis XVI, María Antonieta y el delfín contemplaban divertidos como una mujer embarazada trepaba por la escala hacia una cuerda floja extendida entre dos postes a veinte palmos del suelo. – Esa mujer es un polvorín a punto de estallar. – Chanzó el rey a voz en grito. Todos los presentes rieron a coro la broma del rey.

Irónicamente dos meses más tarde el vientre de la madre patria francesa reventaría con la toma de la bastilla. La mujer apenas sí oyó el revuelo entre el gentío. Ella era Francesca de Armagnac, hija de un funambulista francés y de una puta de la toscana llamada Magdalena. El padre de La Toscana había sido como un Cristo redentor para su madre que de puta pasó a equilibrista. Era tan dura como todos los inviernos de Europa juntos que había conocido sobre la cuerda floja. Las risas de los nobles no eran más que los últimos copos de un invierno que estaba a punto de extinguirse.

Ella sabía bien del descontento de la gente en los pueblos y en las ciudades. Además, en el Circo de los Anochecidos circulaban panfletos y libros que aunque incapaz de leer por ella misma llegaban a su entendimiento a través de las narraciones de actores y titiriteros. Hija de puta y equilibrista pero ilustrada. Aunque una ilustrada muy particular. Su contribución a la revolución era la cuerda floja.

Mientras dejaba atrás los últimos peldaños de la escala vislumbró una vez más ese camino finísimo en el que ella encontraba la verdadera libertad. Tomó con ambas manos la vara del equilibrio y cerrando los ojos le dirigió unas palabras al niño que llevaba en sus entrañas: – Hijito mío, no le temas al vacío. El vacío es nuestro amigo. Si te dejas abrazar por él descubrirás que el vacío nos sostiene a nosotros y a la cuerda. Tienes que ser leve como la pluma en el ala del viento, como un aroma que no alcanza a ningún olfato, como la tierra grave sobre el vacío ingrávido. – Y empezó la danza. –

Primero los pasos suaves de reconocimiento. Noto tu corazón de gaviota al borde del acantilado. No temas, pon tu mirada en el Sol y da el salto. El viento parece inestable pero eres tú quien tiembla. Respira tu miedo, sé consciente, expúlsalo por la boca con tu hálito. Bien. Así, respira. Recuéstate ahora. Olvida tus alas. Recuerda que eres una pluma en el ala del viento. – Los vítores, los coros, los gritos sordos enmudecieron. La maravilla se dibujó en el rostro de todos. La vida que preñaba aquél cuerpo no la hacía ni más torpe ni más osada. Era la madre de todos izada sobre la nada como una bandera, una sirena flotando sobre las espumas de una playa finísima en la noche de los tiempos.

Los descendientes del Rey Sol lloraron como niños y por un momento merecieron su nombre. –Hijo mío. Sobre la cuerda floja todos somos iguales. Esta es la fiesta de todos. No hay pobres, ni monjes, ni nobles. – Permaneció tumbada varios minutos. De tanto en tanto con gestos mínimos giraba sobre la cuerda o se desplazaba hacia atrás o hacia adelante como una serpiente enroscada. Nadie decía nada. Estaban allí arriba con ella. De repente Francesca sintió una punzada en su vientre y casi perdió el equilibrio. Se puso en pié de nuevo – ¡Hacia el sol hijo mío! Y continuó su danza. Era una fiera salvaje entre las ramas de la foresta. Sintió los latidos de todos como bandadas de pájaros aterrorizados que rozasen su rostro. Con un único alarido hizo saltar al hijo del fondo de la tierra. Lo primero que asomó fue una mano. Y se aferró a la cuerda.

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