Es el tiempo del fútbol. De todos los espectáculos de masas, incluso de los que aspiran a serlo, es el único que apenas ha notado, al menos de momento, los embates de la crisis. Entablar enfrentamiento horario con él significa, de hecho, multiplicar por cien el riesgo de sufrir una paliza en taquilla. Es un cálculo literario, no empresarial, pero se entiende lo que queremos decir: el fútbol es imbatible. Con todo, siempre hay un ‘sin embargo’ que nos permite ver las fisuras en esta tiranía del balón y el hincha. Las calles se vacían y enmudecen, se instala sobre ellas una atmósfera de rumor en sordina y la gente, que ha desbrozado sus agendas para dejarse dos horas libres, se retuerce frente al televisor y sufre y goza. Sin embargo, en alguna de esas calles ahora mudas, entre algunos de esos bares llenos y sufrientes, se representa una obra de teatro. Y nace algo así como un oasis.
En Teatro a Teatro quisimos el pasado sábado explorar parte de esta ‘resistencia’ al fútbol. La ocasión difícilmente podía ser mejor: la Selección Española dirimía su pase a semifinales de la Eurocopa 2012 con la Selección Francesa. Fútbol. Contra Francia. Esas tres palabras bastan para hacerse una idea de la magnitud del acontecimiento. Quisimos tomarle el pulso a la realidad paralela al fútbol y los resultados no fueron los que casi todos os estáis imaginando. La primera parada fue la Sala Estudio 3. Allí tiene el Festival Visible (y no es ironía, aunque lo parezca, esto de la visibilidad cuando el fútbol lo oscurece todo) una de las sedes de su 8ª edición, con las representaciones de “Desvariaciones. El último puzzle”. Agustín Bellusci lleva a escena un texto de Nacho de Diego, cuyo “La playa de los perros destrozados” se alzó en 2009 con el premio Leopoldo Alas Mínguez de temática LGTB.
El texto de “Desvariaciones…” es un puzzle en escenas fragmentarias que desarrollan la historia de varios personajes. La trama central y la mejor desarrollada es la de Bruno y René, que está contada con sensibilidad y buen pulso. En torno a ella, la problemática historia de amor entre Carla, que afronta una operación de cambio de sexo, y Valeria; o las ensoñaciones del ingenuo Horacio; o la adicción de Astrid, madre de Bruno, a los ansiolíticos. La obra es ambiciosa y aspira a ser un retrato humano del amor y el desamor, de las dificultades que ambos entrañan y de lo complicado que resulta terminar los puzzles: el nuestro con nosotros mismos y el nuestro con los demás. Logra sus mejores momentos, sin embargo, cuando se aleja de una cierta grandilocuencia poética y opta por la naturalidad. Lo más importante, y aquí la sorpresa: la sala estaba (casi) llena. Y aplaudió al terminar.
La segunda parada fue a unos minutos andando, en un local que suele tener en la terraza pequeños corros de actores y actrices jóvenes y que tiene en el sótano cuatro salas mínimas en las que se celebra cada día una versión pura y desnuda del teatro: Microteatro por Dinero, donde vimos “Mujer y ardilla”. Es un texto divertidísimo que penetra desde el prisma de la comedia negra en el curioso fenómeno de la ‘concienciación’: un fanático de las ardillas secuestra a una ejecutiva agresiva pero nada es lo que parece en este montaje de Lluis Basella que Rubén Manzanaro y Mónica Regueiro defienden de magistral modo. Tener a los actores a dos metros, verles trabajar a un palmo de ti, es algo espectacular; poder darles la enhorabuena al irte, más todavía. Eso no se puede hacer en el fútbol.