Sobre la globalización de lo bello

Imma Puig-Simon

Como primer post para el blog Max no te pongas estupendo, quiero compartir una pequeña historia personal, con el objetivo de haceros partícipes de un particular hallazgo.

Esta pequeña historia ocurre hace unos meses, durante mi estancia en Accra, la capital de Ghana. Era mi primer viaje al África subsahariana, una región que, como destino, levanta más de una ceja. Y lo entiendo. Esta zona del mundo no es, precisamente, el estandarte de lo que podemos entender como una vida plácida y segura. Pero Ghana es la excepción. Se respira un aire de digna humanidad capaz de tranquilizar al más novato de los viajeros.

Tras el primer mes, poco a poco me fui adaptando al estilo caótico de la ciudad: atascos interminables, socavones de diámetros retadores, vendedores arriesgando su vida entre el tráfico para vender cualquier cosa, grupos de cabras y gallinas paseando por la calzada… Un sinfín de elementos que fueron soportables gracias al tamiz de los encuentros diarios con personas de sonrisa amplia y honesta, como la de mi conductor, Obama.

Un viernes, tras una jornada agotadora entre ministerios y empresas, con una humedad asfixiante, circulábamos de camino al hotel. Teníamos que atravesar la ciudad de noroeste a sureste para continuar luego hacia una de las playas ubicadas en las afueras. Cruzamos barrios de ricos, repletos de flores y de murallas con alambradas electrificadas; cruzamos barrios de pobres, con casas diminutas y fogones en la calle. Accra es una ciudad de contrastes, aunque las cloacas abiertas con ratas grandes como conejos cuartean toda la urbe por igual.

El hotel no quedada lejos. Lo sabía cuando atisbaba la silueta de aquella mole gris de pisos que prometía tanto pero que se quedó a medio hacer cuando alguien desapareció con el dinero. Pero ese día tardamos un poco más. Pasada la mole gris, pude leer un cartel que indicaba Artist Alliance Gallery y, en un arrebato de añoranza cultural, le pedí a Obama que parásemos. Así que, suavemente, nos apartamos de la carretera y aparcamos delante de la entrada.

El edificio de tres plantas, asentado prácticamente sobre la playa, parecía recubierto de una costra de salitre y de arena. Al entrar, todo olía a humedad. No había nadie más, tenía para mí sola todas las salas de la planta baja, repletas de objetos artesanales como tallas de madera, tejidos hechos a mano, o extraños instrumentos de cuero. La primera planta, sin embargo, resultó ser completamente distinta. Colgadas en las paredes, de manera muy ordenada, se hallaban numerosas pinturas de estilo contemporáneo; y en los pasillos, reposaban varias esculturas hechas de hierro o bronce.

Un recién aparecido e improvisado guía me fue descubriendo los detalles de la galería. No se trataba de un centro artístico cualquiera, sino que se trataba de la única galería de arte contemporáneo del país, financiada exclusivamente de manera privada. Algo que, a pesar de ser comprensible, puesto que en países en vía de desarrollo el dinero público debe destinarse a cubrir necesidades mucho más básicas, siempre me produce un cierto resquemor. No solo porque creo que la cultura es necesaria para el alma, sino porque la cultura bien gestionada puede ser una fuente importante de ingresos y, por ende, de desarrollo. Aunque este es ya otro debate.

De pronto, se acercó un hombre bajito y vivaracho que dijo llamarse Ablade Glover, y que resultó ser el propietario de la galería. Después de casi una hora de conversación, descubrí que era artista, que acaba de cumplir ochenta años, y que para celebrarlo justo había inaugurado una exposición de sus pinturas en Londres. Descubrí también que la actual galería, inaugurada oficialmente en 2008 en su actual ubicación por Kofi Annan, era el resultado final de décadas de su sana obsesión y de varios precedentes.

Intercambiamos nuestros datos de contacto y, muy amablemente, me acompañó a la salida. De nuevo en el coche, y gracias a Obama, es cuando supe que Glover era uno de los artistas más reputados de África. Y este es, precisamente, el hallazgo al que me refería al principio y que quería compartir con vosotros.

Glover constituye un ejemplo vivo de la fusión entre dos mundos distintos: raíces y creatividad africanas mezcladas con técnicas occidentales. Su obra es un ejemplo de la explosión vital que solo puede encontrarse en lugares como Ghana. No es casualidad que el centro de su atención sea la interpretación visual de la dinámica y desestructurada interacción humana que acontece en calles y espacios públicos del África contemporánea. El mayor exponente de su trabajo es la representación de mercados africanos, caracterizada por la traducción artística de formas en movimiento, de colores cambiantes, que culmina en lo que los críticos describen como el límite entre la expresión y la abstracción.

Se trata de un artista que, a pesar de las dificultades intrínsecas de su entorno, decidió dedicar su vida a sus dos grandes pasiones: la pintura y la docencia. En lo académico, además de enseñar durante décadas a alumnos que todavía le añoran, llegó a ser el rector de la Universidad de Arte de Kumasi, el centro universitario más importante del país en la materia. En lo artístico, ha obtenido importantes galardones, como el Flagstar Award de Ghana o el Afgrad Alumni Award del Instituto afro-americano de Nueva York.

Con Ablade Glover, y con Ghana como escenario, me di cuenta del limitado alcance de aquello de lo que hablamos cuando hablamos de cultura. Me temo que pocos son los que tienen en mente obras que no sean, si me permitís la expresión, occidentales. Es verdad que ya es bastante temerario pretender conocer todo lo que se ha creado en Europa y América, por mencionar algunos lugares, pero es también una lástima no poder abrir nuestras mentes, ya sea por desconocimiento, por incapacidad, por miedo o, lo que es peor, por soberbia, hacia otros referentes más lejanos y, por ende, más complejos.

Si consiguiéramos conocer, aunque solo fuese un poco, a más creadores y artistas originarios de otros lugares, con esquemas mentales tan distintos de los nuestros, puede que con ello consiguiéramos aprehender con mayor precisión la esencia de la creatividad humana en toda su unidad.

Por ahora, me alegro de que Ghana me brindara la oportunidad de dar un paso en esta dirección. Como también me alegro de poder disponer de esta ventana que me permite hablaros de casos como el de Ablade Glover. Me doy por satisfecha si, con este post, he conseguido generar cierta curiosidad en vosotros por este gran artista que, a mi entender, merece un triple reconocimiento: el de ser un maestro en la pintura, el de ser un excelente pedagogo, y el de ser un soñador que ha conseguido abrirse camino partiendo de una desaventajada posición de salida. Gracias a su empeño, en países en los que falta casi todo, podemos encontrarnos de repente con un pequeño oasis que nos recuerda que, a pesar de las circunstancias, a todos nos une la común admiración por la belleza.

 

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