Salí y cantaba Calamaro: “Creo que todos buscamos lo mismo/no sabemos muy bien qué es ni dónde está”. Lo hubiera flipado, Stendhal. Llovía, para completar el cuadro y darme la oportunidad de seguir pensando. Salía de ver “Fando y Lis”, que la compañía La Tarada presentó ayer en el Teatro Muñoz Seca de Madrid antes de instalarse, a partir del 3 de mayo, en el Teatro Zorrilla de Valladolid. Salía de ver un montaje bello y sutil; tan sencillo, tan leve y tan grandemente humilde que deberían sentirse insultados aquellos que lo tienen todo y lo desperdician en tonterías. Agradecí la lluvia porque borra el ruido y pude escuchar, todavía sonaban, los aplausos para una obra con un gran texto por alma.
“Fando y Lis” fue escrita en 1955 por Fernando Arrabal, mucho más interesante en sus manos escribientes que en sus borracheras minelarias y su boca pública. Fando es una personalidad en tres tercios: niño, cabrón y amantísimo. Lis, una mujer paralítica y enamorada o sola. En la historia de estos dos, en su paseo hacia el esquivo Tar a través de un paisaje posapocalíptico, resumió Arrabal la humanidad. Sin aspavientos locos, sin esa a veces enojosa transgresividad, sólo con diálogos diáfanos y unas gotas pocas de absurdo, el dramaturgo de las gafas redondas trazó la paradoja tierna y violenta, desencantada y soñadora de nosotros todos, humanos. Es una inteligencia de Laura Garmo, directora del montaje, no alejarse demasiado del texto: adónde va uno a ir si ya ha encontrado la luz.
Otra inteligencia de Garmo es su interpretación de Lis, un personaje complejo en su fragilidad y su ira, con el que acierta a modelar la idea de que hay esclavitudes mucho más firmes que la de las cadenas. Le da la réplica Guillermo Pardo Gil, que compone un Fando grandulón y creíble, aunque algo demasiado febril a veces. Víctor Antona, Paloma del Campo y Filippo Velardita interpretan a Namur, Mitaro y Toso. Son algo así como una metáfora de la lógica contendiente, y se cruzan con Fando y Lis en el trayecto a Tar. Con ellos en el escenario, se produce la magia de que la obra gane dinamismo sin perder hondura. Merece mención el trabajo brillante de Víctor Antona con Namur y el aplauso grande que se ganó con él. De aplauso también la música efectiva de Isabel García.
La pregunta que inflama “Fando y Lis” es qué será Tar. Lo buscan todos, lo persiguen, desesperan y vuelven a intentarlo. Todos sus esfuerzos no sirven más que para agotarse sin moverse un ápice. ¿Pesimismo? Absolutamente no. Todos piensan en Tar y, como al salir llovía, pude pensarlo yo también. Así me di cuenta de que pensándolo sólo, Tar existe.
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