Te juro que si alguien más me vuelve a hacer esta pregunta seguida de “¿has visto "El Rey León"?” le parto la cara.
Es que no hay derecho a que uno se tenga que avergonzar de ninguna afición en esta vida –estamos hablando de cosas permitidas por la ley y que no impliquen daño a terceros- y menos de que en cada conversación tenga que justificar sus inclinaciones, y mucho menos tratar de convencer a nadie para que deje de mirarle como si pensara: “pobre, será porque es gay”. Y vaya por delante que fui a ver "El Rey León" y me divertí como un enano, como uno más de los cientos que había gritando a mi alrededor. Una cosa no quita la otra.
Cansa tener que decir que uno es aficionado al “teatro musical” aferrándose a la palabra teatro como a una hermana mayor y más culta que nos proteja de consideraciones banales y demás clichés. ¿Por qué el amante del cine no tiene que aclarar que no lo es de las películas de Stallone? ¿Por qué el melómano no corre a afirmar que “La Barbacoa” no está entre sus piezas favoritas? ¿Por qué el apasionado de la literatura no se excusa negando a Dan Brown? (con todos mis respetos para los citados anteriormente, sí, lo sé, todo es cine, todo es música, todo es literatura…). Y luego va el que te suelta a la cara que su ópera favorita es "El fantasma de la Ópera", y la tierra que sigue sin tragarte…
Pero el desconocimiento del género no es exclusivo de nuestro país. En su mismísima cuna, en los Estados Unidos de América, aún abundan los que piensan que los “Broadway musicals” comienzan por la A de Aladdin y acaban por la W de Wicked, ignorando miles de letras de tan rico y plural abecedario. Porque si una cosa es el musical es eso, plural, diverso y variopinto, como dicen por allí “colorful”.
Un musical es "Spider-man" pero también "The threepenny opera" (qué curioso que nadie me pregunte si he visto éste), un musical es "Hello Dolly", pero también "Assassins", así como musicales son al mismo tiempo "Grease" y "Ragtime", por poner algún ejemplo. Como obras musicales y obras de teatro son todas aquellas que podríamos citar y que pocos recordarían, joyas estrenadas y canceladas, alabadas o denostadas por la crítica e ignoradas por un público que se deja arrastrar por la cantidad de dólares invertidos en el merchandising y la publicidad. Y me apresuro a decir que la camiseta que me cubre no lleva el logotipo de "Cats" ni en la taza en la que bebo pone "Chicago". Yo prefiero gastarme la pasta en los CD´s originales, los libretos y desde luego en las entradas, que aunque salgan del TKTS siguen costando un riñón, y suelen merecerlo por cierto.
Bien es verdad que en los últimos años –las últimas décadas podríamos decir- los “blockbusters” se han adueñado de las carteleras de los principales circuitos prolongándose años mientras multitud de pequeñas obras, a veces mucho más interesantes, caen en el olvido tras varias semanas en los teatros. Y eso si logran ser estrenadas. Todo es dinero, todo es rentabilidad, mucho beneficio y poco riesgo. Las multinacionales apoyan productos “para toda la familia” incluidos en paquetes turísticos además del hotel, traslado al aeropuerto en limusina, cena en el Rainbow Room y circuito por los santos lugares de Sex and the City. Así además de subir al Empire State y almorzar en Planet Hollywood, podrás irte a la cama con la conciencia tranquila porque has visto "Jersey Boys" o "Mamma Mía". ¡Mamma mía!
Y luego está Disney, que esa es otra: "Beauty and the Beast", "The Little Mermaid", "Tarzán", "Mary Poppins"… Todos, y cuando digo todos me refiero a todos -integrados y apocalípticos incluidos- haciendo cola para pillar un billete para ir con sus retoños no sea que se traumaticen como aquellos pobres a los que nunca llevaron a Disneyland París &Resort. Nos sale más económico el pack completo que gastárnoslo luego en psicólogos, no hay duda.
Hay que aceptarlo, es negocio, feroz e implacable, porque no olvidemos que la palabra que sigue a “show” en inglés es “busines”, y no hay busines como el showbusines. Así de simple.
Simple, ese es el adjetivo que muchos otorgan a este formato. Se plantea una situación, los personajes dialogan y comienzan a cantar y bailar. Si aguantas un rato acabarán pronto y la trama volverá a su desarrollo. Falso. Las mejores obras son las que incluyen canciones que hacen avanzar la acción dramática, el “musical integrado”, que es como lo llaman los eruditos. Porque aunque te parezca extraño, hay intelectuales que escriben sobre el tema, y dan conferencias y a veces incluso les pagan por ello.
Claro que no todo se divide en obras profundas y densas o productos “feel good” superficiales para consumo de masas, en absoluto. Las mejores piezas son las que están justo en el medio, las que ofrecen calidad, excelencia y diversión a un tiempo. El mismo Leonard Bernstein –cuya obra podría ejemplificar a la perfección este punto intermedio- ya afirmó que no existe música ligera o música seria, simplemente hay buena o mala música. Pues con el teatro ocurre lo mismo, cualquier propuesta libre de complejos puede convertirse en una obra de arte y al mismo tiempo ser rentable como la que más. ¿Has visto –o al menos oído- "West Side Story"?
Los complejos, ay los complejos… En nuestro país los tenemos todos en lo que a espectáculo se refiere. Y es natural, cuando en la cartelera de las principales ciudades los acontecimientos de la temporada son "Priscilla Reina del Desierto" o "Sister Act" –con todo mi respeto a ambas, que aún no he visto por cierto- cuesta trabajo defender una imagen diferente de este tan maltratado género. Y lo más triste es que hay grandes –o pequeñas- excepciones en nuestros escenarios. Pero son francamente breves, en cantidad y en tiempo de supervivencia.
Si esto fuera América no os quepa duda de que ya habríamos convertido "Plácido" o"La Colmena" en fantásticos musicales. ¿Por qué no? Cosas más raras se han visto. ¿A quién se le ha ocurrido hacer de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" una comedia musical? A los empresarios de Broadway, sí. Y a pesar de que allí fue un auténtico fiasco ahora se estrena en Londres, con un par de…
Pero no todos estamos dispuestos a asumir riesgos de este calibre, ni todos podemos. Y arriesgado tuvo que ser, sin duda, llevar los textos de Bertolt Brecht al musical, o los de Truman Capote, Isherwood, Voltaire, Eugene O´Neill, Dickens, Shakespeare, T.S. Eliot, Bernard Shaw, Cervantes… Sí amigos, por extraño que parezca todos estos genios intocables de la gran cultura -la que jamás se acompleja- han traspasado la frontera de sus páginas para posarse con dignidad sobre las tablas de escenarios con música, ¡incluso con baile! ¿No sabías que hay un musical de Broadway titulado "Bernarda Alba"? Y ahora que caigo ¿no sabes que "El Rey León" está inspirado en Hamlet? Muy libremente, eso sí.
Por todo ello pongo a Bernstein, a Sondheim, a Porter y a Gershwin por testigos de que nunca más me ruborizaré al admitir alto y claro, con la cabeza fuera de los embozos, que sí, que me gustan, que amo los musicales. ¡Y que he visto "El Rey León"!.