Hay creaciones que trascienden su propósito inicial, y ésas son llamadas geniales. Borja Sitjá encargó un homenaje a Lou Reed, muerto en 2013 y padre de un manantial de música. Pero el Director Artístico del Teatro Romea, amigo del músico, cometió el acierto de encargárselo a Andrés Lima. Éste enroló a Pau Miró, a Juan Cavestany, a Juan Villoro y a sí mismo para la dramaturgia y concibió algo que está mucho más allá de su propósito inicial: no un recuerdo dramático de Lou Reed, su obra y su contexto, sino un tributo rotundo a la belleza, a la más vibrante y emocionada belleza. Por eso creo que a “Desde Berlín”, la joya imprescindible que se estrenó ayer en las Naves del Español de Madrid, protagonizada por unos magníficos Nathalie Poza y Pablo Derqui, hay que cambiarle el subtítulo, ese “Tributo a Lou Reed”, para decir del modo más directo y claro posible que es un montaje prácticamente redondo e idealmente irreprochable. Tanto es así que la función se paró dos veces por dos garrafales fallos técnicos y a la postre no importó. Importó lo bueno.
Ocho manos, como he dicho, han intervenido en la elaboración del cimiento textual de la obra. Y no hay, sin embargo, ninguna incoherencia interna, ningún ‘gap’ en el que se perciba el paso de la escritura de uno a la de los otros. “Desde Berlín” se despereza, se despliega, se multiplica o fluye (lo reconozco, llevo un rato dándole vueltas y no sé qué forma es la mejor) como una composición triste y bonita, una apelación honesta a la emoción, una sinapsis de caricias y bofetones, de “amorosas crueldades”, como dijera Celaya. Una historia tan dura como intensa, que viaja salvaje al pecho de cada cuerpo en cada butaca. El montaje se mueve con las canciones que Reed metió en “Berlín” como brújula aparente: Jaume Manresa se ha encargado de los arreglos, del espacio sonoro y la música adicional original. Pero la brújula real, la de un drama duro e intenso, marca el camino de un montaje de enorme artillería visual, con las videocreaciones de Miquel Àngel Raió como instrumento clave, pero no único.
Sobre el escenario, Nathalie Poza y Pablo Derqui tienen sólo la brújula del amor atroz de Caroline y Jim. Enamorados entre sí y anticonvencionales, atados por eso a la fatalidad hacia la que parecen correr desesperados, tienen tanta tiniebla como brillo y son dos cimas para dos actores. Él, Derqui, da literalmente vida a un hombre torturado por sus impulsos, que quiere estar y al mismo tiempo estar lejos, que ama en sordina y pega sin ambages. Nervio, frustración, violencia y genio son sus cuatro puntos cardinales y el actor los alcanza todos, sin resquicio. Nathalie Poza hace otra maravilla con Caroline, belleza destructiva, reina de un castillo con foso grande y profundo. Es absolutamente fascinante verla desarbolarse, hacerse guiñapo roto todavía amable y amante, a medida que la acción se impregna de la toxicidad letal que tiene su relación con Jim. Dos interpretaciones netamente apabullantes por su valentía y dos actores que, por cierto, chispean al mirarse.
La poética del riesgo que practica Andrés Lima, esa búsqueda feroz de más belleza, de más poder sugestivo, de más matices creativos, tiene pues en "Desde Berlín" un escalón dorado. No porque el montaje sea sobresaliente, que lo es, sino por la veta de atrevimiento y apuesta que hay en cada elemento de esa excelencia: radicalidad narrativa en el planteamiento de una tragedia, pura elegancia en el desarrollo escénico de ese drama y una inapelable maestría para la creación de imágenes, de potentísimas metáforas visuales que llevan la obra a un plano cualitativo realmente elevado. En todo el edificio dramático concebido por Lima hay pasión, sensibilidad y una ambición creativa que conecta de pleno con una de las frases de Jim en la obra. No es la más bonita, pero es la que más claramente expresa la pulsión de vida que hay tras tanta tortura: “No voy a perder más el tiempo”.