Por estas fechas siempre me acuerdo de John Lennon. De acuerdo, soy una agüela.
Nunca olvidaré aquella tarde en que paseaba por un Madrid que ya empezaba a hacer mío tras tres meses de estancia en él. Iba por la Puerta del Sol y en un kiosko vi un titular del desaparecido vespertino diario Pueblo: “John Lennon asesinado”. Tardé un buen rato en encajar la noticia. No me lo acababa de creer, no era algo que pudiese suceder en serio.
Hay artistas a los que veneramos como muertos y no nos los imaginamos de otra manera que no sea muertos. Y bien muertos están porque eso los hace más grandes.
Pero a mí me gustaría que John estuviese vivo (disculpadme las confianzas, pero los amigos le llamamos John). Me sabe a poco el legado musical que nos ha dejado. Siendo como era, un sujeto siempre ávido de evolucionar, siempre adelantándose a los demás, no dudo que habría sabido estar acorde con los tiempos, sorprendiéndonos en cada uno de sus trabajos de infinita sensibilidad. Pero se murió, lo mataron. Y se convirtió en una leyenda, un referente de la lucha por la paz y todas esas cosas. Yo echo de menos su música, sólo eso. Aunque sí me gustaría imaginarlo, ya hecho un señor, lanzando soflamas contra la guerra en Irak. Acaso él fuese ese líder de masas que hubiese unido a todas las gentes del mundo en una sola voz y hubiésemos conseguido parar la guerra. También me lo imagino recogiendo el Príncipe de Asturias y soltando alguna invectiva sarcástica contra el gobierno. Tal vez si él hubiese seguido vivo el mundo sería poquito mejor. No sé, son ucronías inútiles. Yo echo de menos su música.
Algunos me diréis que más mérito tienen los Stones, que llevan cincuenta años rocanroleando sin parar. No lo niego.
En mis tiempos se decía que Los Beatles eran unas nenazas y los Stones unos tíos. Inventos del marketing. Iban de la mano y eran tan “perversos” unos como otros (no olvidemos que el primer éxito de los Stones fue un tema de Lennon & McCartney).
Mientras escribo esto escucho una versión del Yer Blues de Lennon, con el propio John a la guitarra, acompañado de Eric Clapton en la otra guitarra y Keith Richards en el bajo. Una locura. Estos tipos son los padres de toda la música que se escucha ahora. Papá y mamá. Pero papá ha muerto. ¿O ha sido mamá? Que más da.
Aunque presumo de ateo no es cierto. En absoluto. Creo en Dios, se llama Lennon & McCartney. Y creo en el Diablo, que se llama Jagger & Richards.Ya os lo he dicho: soy una agüela.